Por Paz Ibarra

El 22 de Abril se conmemoró el natalicio de Lenin, múltiples organizaciones rindieron homenaje, incluso organizaciones reformistas que hoy son la negación del legado de Lenin.

Al decir “líder supremo”, se viene a la mente la imagen de una especie de emperador infalible seguido por una multitud de fanáticos. Esa es la imagen de Lenin que construyó, a punta de represión, Yósiv Stalin. Si los ingleses exclamaban a menudo “Dios salve a la Reina”, a Stalin le faltó poco para hacer lo mismo con Lenin cuando falleció en 1924.

Sin embargo, cada revolucionario que revive cotidianamente a Vladimir Ilich Ulianov “Lenin” sabe que el apelativo de “líder supremo” es el justo reconocimiento a un dirigente sobresaliente, destacado al extremo, de uno de los procesos más ricos de la historia: la Revolución Rusa de 1917.

¿Salve Lenin?

En la extinta URSS había unas 6 mil estatuas de Lenin. Algunas gigantescas, como la de Volgogrado que medía 27 mts y estaba parada sobre un pedestal de 30 mts. Intimidaba a cualquiera. A partir de los ’90, se derrumbaron muchas. Y con justa razón. La propaganda comunista igualó a Lenin con Stalin, y Stalin era y será sinónimo de represión y muerte para la clase trabajadora, de invasión de territorios y de opresión contra las naciones que conformaron la Unión Soviética y el anillo de países comunistas europeos a su alrededor como las ex Yugoeslavia o Checoslovaquia, Bulgaria, Rumania, Hungría.

Por estos días, se iba a inaugurar un nuevo busto de Lenin en Dedóvichi, una ciudad pequeña de Pskov, al noroeste de Rusia. Los miembros del Partido Comunista de esa ciudad preparaban así un acto para conmemorar el 150 aniversario del natalicio de Lenin, que fue aplazado por la epidemia de coronavirus.

En diciembre 2019, el mismo Vladimir Putin recalcaba que Lenin había sido un “revolucionario, pero no un estadista” [1] Obvio que Lenin no fue un estadista que buscara mejorar el aparato del Estado. Lenin quería destruirlo. Porque en su forma tal y como existe hasta hoy, con parlamento, tribunales, ministerios, ejército, policías y cárceles, el Estado es la mejor invención para mantener sometida a una gran mayoría de la población en favor de una minoría privilegiada.

¿Fue Lenin sólo un genio que tuvo inspiración?

Contribuciones para la emancipación de la clase explotada

La grandeza teórica de Lenin se construyó en base al estudio profundo de dos grandes, Marx y Engels; filósofos y revolucionarios alemanes; que dieron con la médula de la división de la sociedad humana en clases sociales, no para dar conferencias en las universidades, sino para sacudir a los trabajadores del mundo, con el fin de derrumbar la verdadera causa de su explotación y miseria: el capitalismo. Con esa explicación científica de cómo funciona la sociedad capitalista, Lenin analiza los acontecimientos de su propia época, que empieza a tornarse muy inestable en Rusia y estalla violentamente en 1905. Su acción política lo llevó a ser perseguido por el régimen zarista: vivió la detención, cárcel, exilio y la clandestinidad.

Con acción revolucionaria y estudio marxista; en un contexto de guerra mundial, entre 1914 y 1918; Lenin traza el camino para que los trabajadores tomaran conciencia de su propia importancia en la historia y pasaran a romper la maquinaria del Estado. También, describe cómo el capitalismo cambia a una forma de dominio mucho más brutal y extensa: el imperialismo, nueva fase de acumulación surgida desde los monopolios y la voracidad del capital financiero. Congruentemente con esa caracterización, Lenin resalta la imposibilidad de reformar por dentro la sociedad burguesa como proponía la socialdemocracia. Es más, señala que cada reivindicación del proletariado y del campesinado va inevitablemente contra los límites de la propiedad capitalista y el Estado burgués. Así delinea las etapas globales para el desarrollo de la revolución e indica al proletariado cómo aproximarse al socialismo: una combinación de tareas transitorias como la nacionalización de los bancos con reivindicaciones que eran urgentes para la clase obrera, pero sin perder de vista la necesidad de la toma del poder, única manera viable para resolver de forma permanente todas sus penurias. [2]

Por otra parte, Lenin definió la forma y los métodos indispensables de una organización política propia de los trabajadores, no para competir por escaños parlamentarios contra los partidos de la clase explotadora (la burguesía), sino para arrebatarles el poder, eliminar todas y cada una de las instituciones que son parte del engranaje que mueve a la sociedad capitalista y construir una nueva forma de gobierno y de sociedad. Lenin denuncia la democracia parlamentaria como una farsa y afirma que “partiendo de esta democracia capitalista – inevitablemente estrecha, que repudia…a los pobres y que es, por tanto, una democracia profundamente hipócrita y falaz –…el desarrollo progresivo no discurre de un modo sencillo, directo y tranquilo “hacia una democracia cada vez mayor” … (El Estado y la Revolución). Bajo esa comprensión estratégica, Lenin tampoco desechó la táctica electoral como tribuna para difundir el programa por la revolución socialista.

La imposibilidad de las salidas intermedias

La experiencia de la Revolución Rusa triunfante y el primer Estado Socialista en la historia que surgió a partir de ella, debía multiplicarse por Europa y por todo el mundo. Ésa fue la obsesión de Lenin junto a Trotsky y otros dirigentes del partido bolchevique. La construcción de un partido internacional de trabajadores, sería la única herramienta capaz de oponerse a la burguesía internacional. Lenin, al igual que Trotsky, sabía que la revolución rusa era el primer eslabón dentro de la revolución mundial, y que de no extenderse el proceso de liberación proletaria a otros países, la revolución terminaría siendo aplastada por los capitalistas. Por ello fundaron, en 1919, la III Internacional o Internacional Comunista. Ése era el verdadero internacionalismo proletario. No la caricatura criminal del socialismo en un solo país que erigió Stalin, bajo la sombra de un Lenin endiosado y las banderas rojas del Partido Comunista; símbolos vacíos con los que tomó el control total del poder en la joven URSS, y que luego transformó en maquinaria para aplastar a los trabajadores de los países que “abrazaron el socialismo” por medio de invasiones, para sofocar nuevas revoluciones y al final convivir pacíficamente con el imperialismo por décadas.

El Partido Comunista Soviético es responsable de la total degeneración de la URSS hasta su reconversión al capitalismo. El fraccionamiento de las repúblicas trajo guerras que persisten en diferentes focos hasta hoy. Socialdemócratas y reformistas declararon junto con los burgueses la muerte del socialismo y se lanzaron a perfeccionar las instituciones de la democracia. Pero ya hemos visto cómo Lenin destrozó la fórmula de la “profundización” de la democracia burguesa y cómo demostró que es imposible abuenar al Estado burgués con la clase explotada. Los últimos 30 años, el capitalismo como sistema global sólo ha confirmado su capacidad brutal de exterminar a millones de pobres en el mundo y de destruir vastas regiones del planeta.

Queda por destrozar la careta progresista de los nuevos defensores del capitalismo y denunciar su papel profundamente contrarrevolucionario. Y qué mejor escenario que el de la actual pandemia. Mientras los gobiernos se sacan los ojos acusándose de no haber actuado a tiempo para detener el avance del contagio, las burguesías transnacionales apuestan a reinventarse una vez superada la mortandad y la recesión económica. El enemigo común no es el Covid-19. Los trabajadores no estamos unidos con los empresarios. Nuestro enemigo es el capitalismo, no un virus. Muerte por contagio o muerte por hambre, son las dos únicas posibilidades para el pueblo trabajador a nivel mundial en esta pandemia. A menos que organizadamente entre en acción, superando su atomización y masificando las luchas que hasta ahora han sido parciales.

En Chile, burocracias sindicales como la CUT o la Confederación de Trabajadores del Cobre y partidos como el PC, el FA o Comunes impulsan la colaboración de clases, como si explotadores y explotados pudieran unirse. Así, llaman a la cordura al gobierno asesino, proponen mesas tripartitas para controlar abusos patronales, piden subsidios para enfrentar la crisis, y peor, exigen de un empresario como Piñera que decida si es más importante la economía o la vida de las personas [3]. Es evidente que para la clase empresarial y las diez familias que han saqueado el país, la vida de un trabajador no vale una buena mascarilla, por eso no las reparten gratuitamente y en cantidad suficiente, a toda la población, a cuenta de sus ganancias. Tal como dijo un director de Inversiones Larraín Vial, “no podemos seguir parando la economía, y debemos tomar riesgos, y eso significa que va a morir gente” [4]. Muertos que serán, mayoritariamente, de la clase trabajadora.

Los mencheviques en Rusia de 1903 promovieron la colaboración con los partidos burgueses para derrocar al zar. Lenin, con los bolcheviques, hizo lo contrario: llamaba a tomarse el poder contra el zar y los burgueses, uniendo a trabajadores y campesinos. En medio de la pandemia y el proceso revolucionario abierto desde el 18 de octubre, el PC llamó a recuperar las confianzas con partidos burgueses (PS, DC y PPD) ante la pérdida de la presidencia de ambas cámaras del congreso a manos de los partidos burgueses de gobierno. Quedan claros los intereses de los reformistas en el parlamento.

En su cuenta de twitter, el PC publicó: “Lenin no conoció a Piñera ni a Mañalich, pero ya sabía que mientras el Estado esté en manos de los dueños del capital, ellos gobernarán a favor de una minoría: los ricos. El legado de Lenin es la organización como forma en que el pueblo gobierne” [5].

Desde el MIT decimos que no hay homenaje más falaz que el del Partido Comunista. Porque en todas las tribunas, el PC sólo ha sido un conciliador más. Desde la CUT, critica a los empresarios pero no pone en riesgo la gran propiedad privada del capital, hace declaraciones pero no levanta un plan de lucha de todos los trabajadores; desde el parlamento pretende representar al pueblo explotado en una institución burguesa que tiene apenas un 4% de apoyo en vez de usar ese espacio público para llamar a destruir ese mismo Estado burgués como hacía Lenin. Desde la alcaldía de Recoleta impulsa la autogestión y el cooperativismo, en vez de convocar a trabajadores y pobladores a organizarse para tomar el control completo de la administración comunal y ponerla contra el Estado.

Sabemos que los reformistas convirtieron los textos revolucionarios en piezas de museo. Ellos desvían el camino trazado hacia el objetivo estratégico: que la clase trabajadora se tome el poder y no sólo que llegue al gobierno. Desde el MIT recogemos la obsesión de Lenin por construir un partido revolucionario, todos los días, en cada lucha y lugar donde sea posible. Los reformistas, en Rusia como en Chile, seguirán con sus homenajes, desempolvando grabaciones de Lenin una vez al año.

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