Este artículo es el primer artículo de la Revista Especial de 50 años del golpe publicada por el MIT. Si tienes interés en leer la revista completa, haz click aquí.

Por Christian Leiva

Cuando se habla de la Unidad Popular y el Golpe Militar de 1973, una imagen viene a nuestra mente, La Moneda en llamas y Allende combatiendo. Durante cinco décadas esta ha sido la imagen que ha eclipsado a todas las otras de ese periodo, la figura de Allende se levanta inmensa en medio del Panteón de héroes de nuestra historia, eclipsando incluso a su gobierno, el Gobierno de la Unidad Popular, ese gobierno formado por el PC y el PS del que hoy se sabe cada vez menos. ¿Cuál fue su programa, cuáles sus propuestas, qué significó su gobierno para esa inmensa cantidad de trabajadores y trabajadoras que pusieron su convicción, su trabajo, su energía y su lucha diaria para llevar adelante este proceso? Para la mayoría, si bien eso es importante, es absolutamente secundario ante la inmolación de Allende.

El golpe de 1973 nos dejó amnésicos como clase, tuvimos que olvidar en forma traumática, olvidar a golpes ese periodo, olvidar esa gesta donde gente como tú fue protagonista de una historia de cambios. En ese vacío fue natural que la figura de Allende en La Moneda se alzara en lo más alto de la dignidad, era puro sentimiento, era rabia, era admiración por la consecuencia. Los discursos de Allende no hicieron más que reforzar esa imagen. Desde los videos y años de distancia Allende nos encantaba con su verbo como debe haber encantado entonces a los millones que vieron en él, a quien debía conducirlos al reino de la igualdad, al Socialismo. Allende eclipsa a su tiempo y por sobre todo eclipsa a un pueblo, el pueblo chileno que realizó una de las más grandes gestas de nuestra historia, una gesta de millones que caminaban hacia el Socialismo. Pero no por una “vía pacífica”. Porque los patrones estaban atacando con todo al pueblo trabajador y campesino, hambreándolos con la escasez, haciendo aún más miserable su existencia. Los paros patronales fueron la principal arma de la burguesía, pero no era al gobierno a quien estaba cercando por el hambre el empresariado, era al pueblo.

En esta revista queremos sumarnos al esfuerzo de muchos historiadores que han buscado sacar a la luz la historia de esa gesta eclipsada, la del trabajador y trabajadora que fueron conscientes de ser explotados y fueron conscientes de quién los explotaba. Años de lucha daban sus frutos, hombres y mujeres que daban su mejor batalla en la lucha de clases frontal que se dio en 1973. Sostenemos hoy que esa gesta fue una Revolución, una Revolución verdadera hecha por nuestros padres, madres, abuelas y abuelos. Esa es la historia que queremos sacar detrás del eclipse. En 1973 detrás de Allende en La Moneda, absolutamente invisible iban siendo masacradas las mujeres y los hombres que habían llevado adelante uno de los mayores procesos revolucionarios de nuestra historia.

Los Cordones Industriales, las JAP, los Comandos populares, la clase bullía de organizaciones que hacían su máximo esfuerzo para paliar organizadamente el desabastecimiento al que lo sometía la burguesía. Mercados Populares, autoabastecimiento, tomas de terrenos agrícolas para abastecer las ciudades, requisiciones y control obrero de cientos de fábricas que cambiaban su producción para satisfacer las necesidades del pueblo en medio de la escasez y la pobreza eran sólo algunos de los rasgos de esas organizaciones. Organizaciones con un objetivo, el fin de la explotación de los patrones para que las riquezas naturales y los frutos del trabajo fueran en beneficio de todos.

Este proceso revolucionario que tuvo su cúspide y su fin en 1973 se inició mucho antes.

En las décadas anteriores, la situación de la clase trabajadora era muy diferente de lo que es hoy para nosotros. Los productos eran escasos y caros, la mayoría no tenía muchas de las condiciones que hoy nos parecen mínimas, faltaba la ropa, los zapatos, el combustible, calefacción. Si bien los empresarios habían soltado la correa y las condiciones laborales no eran las de inicios de siglo, seguía habiendo explotación en los lugares de trabajo y los sueldos eran miserables. Clotario Blest es señero en la creación de la Central Única de Trabajadores el año 1952, cuyos principios señalaban ”el régimen capitalista actual, fundado en la propiedad privada de la tierra, de los instrumentos y medios de producción y en la explotación del hombre por el hombre, que divide a la sociedad en clases antagónicas, explotados y explotadores, debe ser sustituido por un régimen económico- social que liquide la propiedad privada hasta llegar a la sociedad sin clases, en la que se aseguren al hombre y a la humanidad su pleno desarrollo.”1

Ante la carestía insostenible, el año 1955, la CUT convoca y organiza en un proceso ascendente de mitines y concentraciones, un Paro General Indefinido que se inicia el 7 de Julio, que paraliza a todo Chile y que tiene a más de un millón de trabajadores en huelga manifestándose en todo el país.

En 1957, ante las alzas se produce un nuevo estallido Social, que comienza en Valparaíso el 27 de marzo, la barricadas iluminan el puerto y el movimiento es fuertemente reprimido por la policía con cargas de fusilería, la CUT de Clotario convoca a un Paro Nacional para los días 2 y 3 de abril. Ante las manifestaciones masivas que ocupan la ciudad esos días, el gobierno declara Estado de Sitio y el aparato represivo dispara a matar a la multitud desarmada en las jornadas conocidas como la “Batalla de Santiago” con el resultado de más de 18 muertos y 500 heridos según cifras oficiales.

La rabia se acumulaba en Chile y en el continente. En el mundo más de un tercio de la humanidad funcionaba fuera de la órbita capitalista, en 1959 el triunfo de la Revolución Cubana abre una nueva etapa en América como una ola que sacude a la vanguardia del continente.

En 1960, tras combativas huelgas obreras entre las que destaca la “Huelga Larga” del Carbón en Lota, las tomas de terrenos agrícolas en el sur y las tomas urbanas de los sin casa, el año concluye con una inmensa manifestación en la Alameda el 2 y 3 de noviembre, donde Clotario Blest arenga a la multitud diciendo “La clase trabajadora debe despertar de este letargo …para levantarse en armas y derribar al Gobierno”.2 La manifestación es reprimida violentamente lo que causa la muerte de dos trabajadores, la CUT convoca a un paro para el 7 de noviembre, día del entierro de los muertos. Mientras Clotario insiste en la necesidad de mantener el Paro, el resto de la dirigencia de la CUT en manos de Socialistas y Comunistas bajan la paralización sin condiciones mientras la gente se mantenía en las calles protestando. La CUT abandonaba la lucha en un momento de alza. Clotario Blest, importante dirección del proceso, era encarcelado.

Ante un movimiento social en alza y para evitar que la situación se desboque, en 1965 Eduardo Frei, candidato a presidente de la Democracia Cristiana, ofrece la Revolución en Libertad, la mayoría cree que las carencias y la necesidad de justicia social podrían ser resueltas en favor de los que no tenían nada por la Democracia Cristiana y votan a Frei como presidente. El Ministerio de Frei, formado por algunos connotados empresarios, se dio a la tarea de realizar tímidas reformas que no paliaron en nada la situación de las y los trabajadores. La calma en que había caído el movimiento de masas rápidamente comienza a esfumarse y se reinician las movilizaciones en 1966. Las tomas de terrenos, de fábricas y las huelgas daban cuenta de la agitación en alza de la clase popular.

En enero de 1966 se produce el primer hecho que marca la traición, a Frei no le tembló la mano para mandar a disparar sobre los mineros en huelga de El Salvador, masacrando y asesinando para defender los intereses de las empresas mineras norteamericanas con quien se encontraba negociando para Chilenizar la Minería. Las huelgas de El Salvador eran una piedra en el zapato demasiado molesta y se deshizo de ella con violencia desmedida.

La reanimación de las luchas obreras de 1966 se transformó en 1967 en un franco ascenso, tanto cuantitativo como cualitativo, expresado en nuevas formas de lucha. De 723 huelgas en 1965 se pasó a 1.142 en 1967, luchas que culminaron en el Paro General del 3 de noviembre de 1967”.3

La matanza de Puerto Montt por el uso de la fuerza pública en el desalojo de una toma, registrada bajo el gobierno de Frei, daba por terminadas para la mayoría las esperanzas de cambio depositadas en la Democracia Cristiana.

En 1970, nuevamente las movilizaciones se encausan por la vía electoral. En todas las poblaciones se levantan Comités Populares que impulsan la elección del candidato de una coalición de gobierno formada por el Partido Comunista, el Partido Socialista y el Mapu: la Unidad Popular. Su candidato, Salvador Allende, habla en las fábricas ante trabajadores y patrones, de la expropiación de las industrias que se llevará a cabo en su gobierno, su programa habla de una nueva Constitución y de que se llevará a los trabajadores al Poder mediante el ejercicio de un concepto un poco indefinido llamado “poder popular” y que “se rechazará el empleo de las Fuerzas Armadas para oprimir al pueblo”.4

Después del reciente uso de la fuerza de la que había hecho gala Frei, esas promesas de campaña eran promesas sentidas. La consciencia de clase era alta y Allende les hablaba en su idioma.

Allende tampoco era cualquier político. Él llevó adelante una serie de reformas beneficiosas, impulsó la Nacionalización del Cobre, nacionalizó empresas estratégicas haciendo lo que ningún otro presidente chileno ha hecho, afectando al capital extranjero y nacionalizando la industria, medidas que lo ubican muy lejos de quienes hoy se llaman socialistas o de los gobernantes que pretenden ser su émulos.

Pero nada, absolutamente nada de esas medidas progresivas las podría haber realizado sin el inmenso apoyo popular. El pueblo luchador, la clase trabajadora, las inmensas masas movilizadas lo erigían en su dirección y empujaban con fuerza para que se cumpliera el Programa de la Unidad Popular.

Sin esa movilización masiva de telón de fondo no se entiende que incluso la derecha haya votado en el Congreso por la Nacionalización del Cobre. Nosotros, que vivimos el proceso de octubre de 2019, sabemos que la votación de los notables cambia bastante ante el apremio de las masas.

Sin ese inmenso apoyo Allende no podría haber hecho lo que hizo. Es más, ese mismo apoyo popular sobrepasó a Allende que quiso seguir moviéndose en los márgenes cada vez más estrechos que le imponía el sistema capitalista. Las masas como una ola gigantesca y tempestuosa amenazaban con desbordarse. Los medios de derecha hacían sentir el verdadero terror que tenían a esa inmensa masa movilizada. Los obreros se enfrentaban con los patrones y sus bandas armadas para pasar sus fábricas al control del Estado, hubo un sin número de huelgas, de sacrificio para lograr que la nacionalización de la Industria se llevara a cabo.

Mientras, los Partidos Socialista y Comunista discutían pensando en cómo se podía interpretar esto del “poder popular” y definían que lo que fuera aquello debía someterse a la institucionalidad burguesa. En las poblaciones, en los campos y en las fábricas, miles inventaban en la práctica lo que era el “poder popular”, actuando muchas veces por necesidad, intentando salir adelante del ataque al que estaban siendo sometidos. Como veremos, el surgimiento de los Cordones Industriales marcó un punto cualitativo en la capacidad organizativa de las y los trabajadores.

La derecha hizo sentir su látigo y detuvo la producción. Millones movilizados para abastecerse de lo que la burguesía les negaba. Corría el dinero norteamericano para detener los camiones que cortaban las vías de suministro a las ciudades. La gente común se organizaba y resistía organizada. La máquina estatal se ponía al servicio de la gente. Mientras duraba el peligro, el pueblo avanzaba en autoabastecimiento, producción para las necesidades, movilización y distribución de alimento por medios de organización popular, en un proceso vivo en formación acelerada.

Cuando el peligro pasa, Allende retrocede, le entrega el control de la situación a las Fuerzas Armadas, poniéndolos en una posición que después sería su perdición. Por otra parte, ordena que las fábricas tomadas fueran devueltas a todos los empresarios que las habían paralizado para derribar al gobierno. La clase trabajadora no lo entendió.

Allende avanzaba impulsado por el peligro y por la movilización revolucionaria. Pasado el peligro retrocedía y volvía al corral de la institucionalidad.

Ante cada maniobra de desestabilización de parte de la burguesía, el pueblo salió a defender el proceso revolucionario que llevaba a cabo y al gobierno de Allende que entendía que eran lo mismo. Ante el Tanquetazo, una asonada militar golpista, Allende llama a los trabajadores a tomarse las fábricas, a defender al gobierno ¡Armas tendrá el pueblo! prometió en ese momento. Los obreros y obreras armados sólo con palos se tomaron las fábricas y esperaron para enfrentar al ejército golpista con las armas que nunca llegaron.

Pasado el peligro de Golpe, Allende puso a las Fuerzas Armadas en una posición aún más encumbrada de su gabinete, el círculo se iba cerrando. Ordena nuevamente que las fábricas sean devueltas.

Llega al extremo de reprimir una movilización de los Cordones Industriales, recordándoles que la organización popular debe ir detrás de su gobierno, rompiendo la promesa de que no se ocuparían las fuerzas armadas para “oprimir al pueblo”.

En el Congreso se aprueba la Ley de Control de Armas, ley de gatillo fácil y manga ancha, ley hecha a la medida para comenzar a desarmar el andamiaje del movimiento revolucionario que apoyaba a Allende. Desde su encumbrada posición, las Fuerzas Armadas: el Ejército, la Marina y la Aviación comienzan a reprimir a las fábricas de los Cordones y a las poblaciones más organizadas y revolucionarias. La represión de ese tiempo, ante la cual el gobierno de Allende no dijo nada, fue limpiando la plaza antes del golpe. Mientras, Allende y el coro griego del Partido Comunista y Socialista hacían reverencias al espíritu democrático del que las Fuerzas Armadas hacían gala.

Seis días antes del Golpe, los Cordones Industriales le hacen un llamado desesperado a Allende a dejar a un lado la institucionalidad y dirigir al triunfo la Revolución por la que el pueblo estaba luchando.

Tal vez la carta nunca llegó a las manos de Allende.

Quienes fueron eliminados y barridos de la faz de la tierra por la dictadura militar eran los seres humanos que encarnaban la lucha popular de décadas en Chile, tal vez de toda la vida. Los más organizados, miles, millones que hacían frente a lo más duro de la lucha de clases, en medio de las contradicciones, en medio de la represión, en medio de la escasez crónica a la que eran sometidos, seguían sintiendo propio al gobierno de Allende que los mantuvo atados a la institucionalidad que terminó devorándolos.

Para sacar del eclipse este proceso hay que poner a su verdadera altura a Allende, hay que bajarlo del pedestal del mito. El Gobierno de Allende fue un gobierno que tomó medidas antiimperialistas, que luchó por recuperar las riquezas naturales para el país, pero ni las empresas estatizadas o nacionalizadas, ni aún las más estratégicas dejaron nunca de funcionar como una empresa capitalista. El gobierno siempre concibió que la única participación de la clase trabajadora en las empresas estatales era producir más y mejor, la llamada batalla de la producción. Durante el proceso las y los trabajadores conquistaron el derecho al control de las fábrica por sí mismos, no les fue concedido por gracia. Allende se mantuvo siempre dentro de los márgenes del Estado Capitalista. Cuando la multitud que lo había puesto a la cabeza le pedía a gritos que se saliera del círculo y los condujera a la victoria. Allende no lo hizo. Así fueron llevados al altar de sacrificio, absolutamente desarmados, los más bellos frutos del proceso revolucionario chileno: los seres humanos que fueron la vanguardia de ese movimiento.

El resultado de esa derrota es el sistema en el que vivimos hoy, en medio del saqueo de las riquezas, al costo de nuestra salud y de la destrucción de la tierra, del envenenamiento de las aguas y del vaciamiento de los mares. Explotación, carestía y cesantía.

Pero aquí estamos otra vez. La clase trabajadora, mujeres y hombres luchadoras, en un nuevo ciclo que se inicia donde termina el anterior. Con multitudes que se foguean en los ‘80 en medio del peligro de la Dictadura, con la mayoría ilusionándose con la promesa de Democracia de la Concertación. Este proceso es el de los 30 años y sobre todo el de los 30 pesos. El del estallido Social. Fuimos testigos de la belleza del pueblo movilizado, bullendo, organizándose.

El proceso que culmina el ‘73 no siempre fue ascendente, tuvo sus altibajos, sus derrotas parciales, sus momentos de calma, sus momentos de dejarse conducir hacia la institucionalidad, sus momentos de traición a las esperanzas electorales de la mayoría, tal como pasa hoy. Si podemos ver esto a mediano plazo, lograremos ver el proceso de ascenso como algo vivo que demora años, décadas de formación, de maduración, de experiencia. Con avances y retrocesos.

Debemos aprender de Octubre del 2019, éste nos mostró que “las revoluciones son imposibles hasta que se vuelven inevitables”, como decía León Trotsky.

Debemos empezar a aprender de nuestra historia, nos lo muestran porfiadamente los hechos; toda confianza en la institucionalidad burguesa nos llevará siempre a la derrota.

Ha quedado registrado, en entrevistas, en diarios, en documentales que la base del movimiento revolucionario de los ‘70 estaba formado por militantes de distintos partidos: comunistas, socialistas, miristas, troskistas, maoístas, mapucistas, de la Izquierda Cristiana y hasta algunos democratacristianos, partido opositor al gobierno de Allende; todos ellos se reconocían en la causa obrera, se apoyaban entre compañeros. La lucha que se estaba dando en las poblaciones, en los campos, en las fábricas hermanaba a los revolucionarios por abajo. Eso mismo hizo que el golpe militar descabezara a todos esos luchadores sin distinción de corrientes políticas. A todos y todas ellas los honramos. El golpe sangriento descargó todo su poder contra las y los luchadores de ese movimiento, convirtiendo esta historia en una tragedia sangrienta.

Por eso es importante aprender de la historia. Sacar las lecciones de ella, para no repetirla, para dar con las claves que finalmente lleven al triunfo. Con esta revista queremos contribuir a ello, tratando de mostrar algunos de los elementos que confluyeron en la historia de ese movimiento revolucionario. Intentando despejar el mito de la realidad. Esta revista quiere ser parte de un diálogo honesto que contribuya al análisis profundo de ese periodo desde una perspectiva de clase, retomando sus principales enseñanzas y preparando el camino actual de la lucha por el socialismo, que sigue más viva que nunca.

1 Clotario Blest en la CUT, por la democracia de los Trabajadores, Paola Orellana Valenzuela, p. 47. Editorial América en Movimiento, 2018.

2 Los Discursos de Clotario Blest y la Revolución Chilena en Ensayo de Historia del Movimiento Obrero, Luis Vitale, 1961. Disponible en: http://archivochile.com/Homenajes/Clotario_Blest/MShomenajclotario0002.pdf

3 Ver: Perspectivas de Chile después de las Elecciones Presidenciales, Luis Vitale, 1970. Disponible en: https://www.archivochile.com/Ideas_Autores/vitalel/6lvc/06lvctextpol0001.pdf

4 La Revolución Chilena, Peter Winn, p. 61-62. LOM, 2016.

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