Por Otávio Calegari

En su novela “Amaneceres en Jenín”, Susan Abulhawa1, escritora palestino-americana, cuenta la historia de una familia palestina que es obligada a refugiarse a partir de la creación del Estado de Israel. En una escena, cuando la familia es removida de su tierra por soldados sionistas, el padre dice a uno de los hijos: ¡los sionistas están rompiendo la historia de 40 generaciones!, ¡40 generaciones!

Hagamos el esfuerzo de imaginar lo que significa para una familia perder una tierra donde sus antepasados vivieron por 40 generaciones. Donde cultivaron y cosecharon centenas de veces, donde vivieron alegrías, matrimonios, nacimientos, bailes y también sus penas y muertes de seres queridos. De repente, todo ello es roto. Sí, de repente. La ocupación sionista de Palestina se dio en un par de años, principalmente a partir de 1948, con la creación del Estado de Israel, como es relatado en el texto publicado en esta página y escrito por la compañera Soraya, una de las descendientes de una de esas familias refugiadas. En pocos años, más de 800 mil personas fueron removidas de sus tierras ancestrales de forma violenta, un proceso llamado por el crítico historiador israelí Ilan Pappé de “limpieza étnica”.2 

La creación del Estado de Israel es un típico proceso de colonización, como el realizado por los españoles en América Latina (y el que realizó y realiza el Estado chileno contra los mapuche). Se toman las tierras, se expulsa y extermina a sus habitantes originarios y se instalan los colonos. Esto es lo que viene pasando en Palestina hace 75 años, con el apoyo directo de los imperialismos y de la ONU.

Debido a la enorme resistencia del pueblo palestino, dentro y fuera del territorio ocupado, el imperialismo fue obligado a aceptar la “solución” de los “dos Estados”, un Estado israelí y un supuesto Estado palestino, aunque la pretensión inicial de Israel era eliminar completamente a los palestinos de la región.

La “solución” de los dos Estados no solo tiene un problema central de principios, que es legitimar la creación de un Estado colonial y racista, sino que nunca ha sido respetada por el propio Estado de Israel, que tiene en su ADN una pretensión expansionista. Por ello, Israel ha entrado en guerra con todos los países limítrofes, tomando tierras de Egipto, Siria, Líbano y Jordania, además de la Palestina histórica. Israel hoy sigue con esa política. Un ejemplo son los asentamientos ilegales de colonos israelíes en Cisjordania. Y peor, esta no es una política “espontánea” de colonos sionistas; es una política impulsada desde el Estado de Israel, cuyo gobierno de Netanyahu es uno de los mayores promotores. Entre los palestinos, los únicos que podrían beneficiarse con esa “solución” serían los sectores de la burguesía palestina que hacen negocios con Israel, como la Autoridad Nacional Palestina, surgida a partir de los acuerdos de Oslo. Aun así, esta posible “solución” está cada día más distante por la propia política de Israel.

Es necesario el fin del Estado de Israel

En la Palestina histórica siempre convivieron pacíficamente árabes, judíos, beduinos y varios otros pueblos. La creación del Estado de Israel fue lo que desató el llamado “conflicto” actual. Hoy, Israel es un enclave del imperialismo norteamericano en territorio palestino ocupado, que sirve como gendarme para los intereses imperialistas en la región. Es tan evidente el carácter colonial e imperialista de Israel que en decenas de países del mundo existe un rechazo masivo rechazo a su existencia y sus políticas, que no tiene nada que ver con motivos religiosos o étnicos. El rechazo mundial a Israel tiene que ver con su carácter colonial y racista.

Por ello, desde la Liga Internacional de Trabajadores hemos planteado hace décadas que la única posibilidad de acabar con el “conflicto” árabe-sionista es con el fin del Estado de Israel, su destrucción, a través de una enorme rebelión de los palestinos y de la población árabe de los países vecinos. El Estado de Israel debe ser reemplazado por una Palestina única, laica y democrática, donde puedan convivir distintas etnias y pensamientos religiosos. La destrucción del Estado de Israel no significa realizar otra limpieza étnica contra los judíos, y sí devolver las tierras históricas a los palestinos, generando la posibilidad de convivencia pacífica entre judíos y árabes. En esto también diferimos de grupos como el Hamas, que defienden la creación de una República islámica, donde todos tengan que obedecer las leyes islámicas (Sharia). 

Por último y no menos importante. Si bien hoy la bandera democrática central que puede movilizar a los pueblos árabes es el fin del Estado de Israel y por una Palestina única, laica y democrática, planteamos que la lucha más estratégica en la región es la lucha por una Palestina socialista y por una Unión de las Repúblicas Árabes socialistas, donde desaparezca también la diferencia de clases y la dominación imperialista de la región. Hoy el pueblo árabe está sometido en su mayoría a dictaduras violentas que mantienen el saqueo de esos países al servicio de los imperialismos norteamericano y europeos (Egipto, Arabia Saudita, etc.). La clase trabajadora árabe es la única que puede llevar hasta el final la lucha antiimperialista y para recuperar las inmensas riquezas naturales de esa región, poniéndolas al servicio de solucionar los problemas de la población trabajadora y no de los grandes capitalistas extranjeros y árabes.

  1.  La obra de Susan Abulhawa cuenta una historia ficticia, pero basada en el drama de miles de familias que fueron desplazadas con la creación del Estado de Israel, incluida su propia familia. La escritora es una fuerte activista por el derecho al retorno de las familias palestinas a su territorio y de la campaña BDS contra Israel. ↩︎
  2. Este proceso de limpieza étnica está descrito detalladamente en el texto anterior. La limpieza étnica se trata de la expulsión y exterminio masivo de un determinado pueblo para la dominación de otro Estado o pueblo sobre determinada región. ↩︎

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