Hace 101 años triunfaba la primera revolución obrera y popular de la historia. Esta revolución, encabezada por obreras y obreros, campesinos y campesinas, logró quitar el poder de los grandes empresarios, banqueros rusos y extranjeros, y pasarlo a las y los trabajadores organizados. Más de 100 años después, este referente todavía debe ser una guía para nosotros.

Cuando hablamos o pensamos en familia, el modelo que nos viene es el de una casa en la cual viven el padre, la madre y los hijos, con papeles determinados y considerados naturales. Para la mujer, eso significa todas las tareas domésticas, la monogamia (tener relaciones solo con su pareja) y una situación de inferioridad en relación con el marido. Modelo admitido por el Estado y bendecido por las religiones. Además de esta primera observación, vemos que la monogamia es solamente para la mujer, porque en tanto ella es juzgada socialmente y fuertemente castigada (aún hoy en algunas culturas) por su infidelidad, los hombres encuentran la prostitución, y su infidelidad es consentida e incluso aplaudida como señal de virilidad.

En Rusia, antes de la Revolución de 1917, las mujeres de las familias campesinas eran plenamente sumisas, teniendo la cocina como su prisión natural. En algunas regiones más atrasadas, los hombres tenían el derecho de vida y de muerte sobre sus esposas e hijas. Las mujeres que vivían en las ciudades eran obligadas a trabajar en las fábricas con largas jornadas. Cuando volvían a sus casas, el trabajo continuaba: lavando, cocinando, limpiando.

La Revolución cambió completamente esta situación. Las mujeres obreras fueron la cabeza de la revolución, participando de huelgas, marchas, organizando la toma de tierras y un largo etc. Orientadas por un partido revolucionario que tenía como objetivo llevar los trabajadores al poder, el partido bolchevique, lograron vencer a los grandes terratenientes y empresarios y empezar a solucionar sus problemas históricos – la precariedad del empleo, la falta de tierras, las largas jornadas laborales, etc. Todo esto significó también un enorme cambio en las relaciones familiares machistas y de opresión.

Hubo profundos cambios sociales. Las mujeres empezaron a participar de la toma de decisiones a través de los consejos obreros y campesinos, los soviets. El poder se organizó de una forma muy distinta de como conocemos hoy. En esta Rusia muy atrasada fueron conquistados algunos de los más avanzados derechos para la clase trabajadora, incluida la mujer. Las tareas domésticas fueron socializadas, eso quiere decir que se crearon lavanderías públicas, restaurantes colectivos, muchos más jardines infantiles. La mujer empezó a dejar de ser la “esclava” doméstica y pasó a tener tiempo para su vida y dignidad. El derecho al divorcio fue legalizado, el aborto fue tomado como un problema de salud, legalizado y realizado de forma pública y gratuita, y así un largo etc.

Destruir lo viejo y construir lo nuevo

La revolución destruyó lo viejo y era preciso construir lo nuevo. Eso no se dio sin conflictos, discusiones y teorías de cómo sería la nueva familia bajo el socialismo.

La visión bolchevique sobre la familia se basaba en la unión libre, en la emancipación de las mujeres por la participación el trabajo social, en la socialización del trabajo doméstico, y en el debilitamiento de la familia tradicional opresora. Dieron también una dura batalla por la eliminación de la prostitución, lo que consideraban una de las más humillantes formas de opresión. Lamentablemente, todas las conquistas que las mujeres obtuvieron con la Revolución de 1917 retrocedieron en las décadas posteriores, con el retroceso de la revolución y la llegada al poder de Stalin. La Revolución, que no logró avanzar a otros países, terminó por retroceder en Rusia por la presión del capitalismo y por las políticas de la dictadura de Stalin.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí