Los trabajadores y el pueblo pobre dependen sólo del fruto de su trabajo para apenas sobrevivir. Qué más quisiéramos que las cosas fueran justas por naturaleza. Que del propio trabajo salieran los recursos para alimentar y cuidar bien a la propia familia, tener una vejez tranquila y ver crecer a los nietos. El problema es que vivimos en una sociedad capitalista, que es injusta por naturaleza.


Por Paz Ibarra

La vida de los trabajadores es durísima mientras algunos miles de familias se reservan el derecho de vivir con muchos privilegios y casi nada de esfuerzo propio.


El Código Laboral impide a los trabajadores discutir política, pero los derechos laborales se atacan con leyes que hacen los políticos. Los empresarios aprovechan la máquina del Estado para usar los recursos públicos (el impuesto que todos pagamos al comprar el pan, la ropa, herramientas, etc) a través de subsidios para sus negocios y a la vez evaden impuestos por millones de pesos. Los trabajadores no podemos organizarnos por rama de la producción pero los empresarios sí. La SOFOFA, la CPC, SNA, por ej, son organizaciones empresariales con tanta fuerza que imponen sus condiciones directamente a los gobiernos y sobornan a los parlamentarios (ley de Pesca, caso Soquimich) en defensa de sus ganancias.

Pero cuando los trabajadores perdemos la paciencia, nos cae otra vez encima el Estado, con toda la fuerza represiva de la policía que obedece a los ricos. El poder de la clase de los propietarios (los burgueses) se aplica con leyes injustas y al que no le gusta le esperan represión y cárcel. Por eso la historia de este país está repleta de matanzas contra la clase trabajadora y los pueblos originarios.

¿Qué tiene que ver eso con la Autodefensa


Si gobiernos y parlamentos legalizan la injusticia social, no queda de otra que organizarse para poner un freno.

Nunca, bajo ningún gobierno desde que Chile es Chile, los trabajadores han conseguido mejoras simplemente mandando cartas a la autoridad. Cuando los trabajadores se levantan contra las condiciones crueles y violentas que imponen los empresarios, estos no tienen escrúpulos en actuar de forma siniestra y criminal como en los casos de Macarena Valdés y Marcelo Vega, ambos activistas medioambientales, o de Alex Muñoz y Juan Pablo Jiménez, dirigentes sindicales.

Es entonces cuando, sin alternativas que obliguen a la autoridad a siquiera sentarse a escuchar, la población oprimida y explotada siente la necesidad de medidas de mayor fuerza. Es nuestra vida o los privilegios de la clase explotadora.


Es fácil condenar las formas de lucha cuando se lleva una vida segura y privilegiada. Los sectores del Rechazo, de las tres comunas más ricas del país critican toda forma de protesta. Las concentraciones masivas, porque interrumpen el libre tránsito y ensucian las calles. Hasta “El que baila pasa” lo tildaron de humillante. Entonces, ellos no quieren reconocer el derecho a expresarse y luchar contra la injusticia; convierten en un delito el derecho a proteger la propia vida contra los abusos de los agentes del Estado. La llamada “escalada de violencia” comienza cuando la clase explotadora convierte en ley la pobreza, la discriminación o la corrupción. La “escalada de violencia” estalla cuando la clase que se beneficia con la pobreza impone la fuerza de las armas para asegurarse que nadie quiera reclamar.


¿Quién lleva a cabo la Autodefensa?

Las formas de lucha que los burgueses condenan son aquellas que tocan su propiedad privada y desafían abiertamente el orden que imponen con sus leyes. La dictadura y todos los gobiernos democráticos hicieron “ilegal” la lucha de los trabajadores, la del pueblo mapuche, la de los activistas en las zonas de sacrificio. Cuando las demandas implican riesgo a la propiedad privada de los grandes empresarios, los gobiernos usan las leyes para criminalizar la protesta. Entonces, aparece la necesidad de la autodefensa.

Los trabajadores cuando van a huelga, dentro de la camisa de fuerza que es la negociación colectiva, deben enfrentar los días sin sueldo y organizan ollas comunes y piquetes para salir a pedir donaciones solidarias. El dueño de la empresa está amparado por la ley y puede pedir el desalojo de los huelguistas de su propiedad o forzar el ingreso de rompehuelgas usando la represión de la policía. Entonces, la organización no sólo debe velar por el sustento diario y la solidaridad hacia la huelga, sino también por la defensa de su derecho a la huelga (protesta) y la integridad física de los trabajadores. Ahí surgen comités de huelga y piquetes de barricadas. Es una medida de fuerza en legítima autodefensa ante el poder de leyes injustas y abuso policial.

Durante los meses más duros de la cuarentena, cientos de poblaciones por todo el país crearon ollas comunes y brigadas de sanitización haciendo frente al hambre por la cesantía y al riesgo de contagio que impuso el gobierno Piñera con su manejo genocida de la pandemia. Y ante los ataques de los pacos que llegaban a desbaratar las ollas comunes, tirando incluso las raciones de comida, se hicieron barricadas y formaron brigadas de salud contra la represión.


En octubre 2019, la Primera Línea, surgió de la juventud y los trabajadores movilizados masivamente en la protesta callejera y se especializó en la tarea de la autodefensa. No era la primera vez que movilizaciones callejeras multitudinarias terminaban en enfrentamientos con los pacos. En 2006 y 2011 durante la revolución pingüina, en las masivas luchas ambientales de Chiloé, Aysén, Freirina o Puchuncaví, hubo muchas barricadas donde actuaba una minoría de personas. En cambio, la Primera Línea surgida espontáneamente en ciudades como Arica, Iquique, La Serena, Valparaíso, Rancagua, Concepción, Valdivia, Punta Arenas o Santiago nació como la respuesta organizada para crear un perímetro de contención al accionar brutal de los pacos y garantizar la seguridad de cientos de miles de manifestantes. Por eso, sus luchadores ganaron respeto y reconocimiento. Mientras estuvieron al servicio de la movilización de miles, no se cuestionó sus métodos. Nadie que haya estado en medio de las estampidas de los pacos, con sus blindados, caballos y lacrimógenas, pensaría que era posible contenerlos de una manera “pacífica”. Muchas veces, la acción organizada de la Primera Línea obligó al repliegue de FF.EE. recuperando para la protesta el espacio copado por los pacos. En las poblaciones la Primera Línea fue un freno al ataque cobarde grupos de ultraderecha que actuaron al amparo del toque de queda para castigar a los pobladores. Quienes apuntan con el dedo y señalan a los “violentistas” ocultan el trabajo más sucio que para ellos hacen civiles armados hasta los dientes y por sobre la ley de Control de Armas; condenan el lanzamiento de una molotov pero financian o encubren el uso de armamento militar por ultraderechistas.

La autodefensa tiene sus propios métodos y para fortalecerse necesita ser tomada de manera masiva, para que más y más luchadores ganen en experiencia y todo el movimiento social avance. Pero la autodefensa por sí sola no garantiza que la lucha más larga; contra el sistema capitalista, del que la represión policial es apenas una de sus caras; tenga éxito. Para que la lucha se profundice, la autodefensa debe estar en manos de organizaciones populares y obreras. Mientras más sólida sea la base de la autodefensa, esta no se apartará de la organización y de un objetivo político que oriente la movilización. O toda la energía y la sangre de los luchadores no ayudará a tomar un papel ofensivo contra quienes mueven los hilos de la represión, los grandes empresarios. Cuando la protesta disminuye su fuerza, la Primera Línea se convierte en leña para la hoguera. Y si no hay un objetivo político detrás de la movilización masiva que la haga avanzar, la Primera Línea se transforma en guardia de seguridad para un carnaval.

No sólo las marchas necesitan grupos de autodefensa. También los lugares de trabajo cuando entran en huelga, las poblaciones que se organizan contra los pacos, los delincuentes o los narcos; los inmigrantes para protegerse de los neonazis, las organizaciones de mujeres para protegerse de los femicidas, el pueblo mapuche contra los empresarios forestales y el APRA.


Por eso, desde el MIT afirmamos que la clase trabajadora y el pueblo pobre tienen el derecho y el deber de defenderse contra los abusos policiales. La lucha por proteger nuestros derechos y nuestras vidas contra las injusticias del Estado burgués es absolutamente legítima y necesaria. Reivindicamos la organización y la autodefensa de todos los trabajadores, el pueblo mapuche, los inmigrantes, las disidencias sexuales; reconociéndonos hermanos de lucha contra el sistema de explotación capitalista que nos condena cada año a peores condiciones de vida.


Al contrario, es un crimen castigar y matar por ejercer el derecho a la protesta y la autodefensa. Por tanto, declaramos que lucharemos también por conseguir juicio y castigo con cárcel efectiva a los involucrados o encubridores directos y políticos de todos los crímenes y montajes contra el pueblo cometidos por agentes del Estado.

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