por Tamara Norambuena

Sin duda que conmemorar 48 años desde el golpe militar no es una tarea fácil. Primero, porque con el golpe empresarial-militar encabezado por Pinochet y bajo dirección directa de Estados Unidos se puso fin, con la aniquilación física e ideológica, a una de las experiencias más avanzadas de la clase trabajadora de nuestro país. Con el proyecto frente populista de la Unidad Popular, bajo un programa inmediato de 40 medidas, se pretendía llegar al socialismo por la vía pacífica. Luego, porque los trabajadores chilenos encabezaron –aunque embrionariamente- uno de los procesos organizativos más avanzados de la clase en Latinoamérica como los Cordones Industriales.

En diciembre de 1969 se conforma la Unidad Popular. Aquella coalición fue integrada por el Partido Socialista, el Partido Comunista, el Movimiento de Acción Popular Unitario (MAPU), la Acción Popular Independiente (API) y el Partido Social Demócrata (PSD); en 1971 se incorporan al proyecto el Partido Radical y la Izquierda Cristiana. Todo este proyecto era encabezado por Salvador Allende Gossens, quien resulta electo el 4 de septiembre de 1970, ratificado por el Congreso pleno. Este proyecto tenía como estrategia política la “Vía chilena al socialismo” y presentaba un programa que contenía, a groso modo, el objetivo de nacionalización de los recursos naturales, principalmente el cobre, la Reforma Agraria y la estatización parcial de los grandes monopolios industriales y bancarios, estatización de 90 empresas, que conformarían el Área de Producción Social (APS), hacer “efectivos los derechos democráticos” y “transformar las actuales instituciones para instaurar un nuevo Estado” (Programa básico de la Unidad Popular). Este programa era una síntesis de tres elementos: 1) el intento de dar respuesta a las condiciones de atraso material y económico que afligían a la clase trabajadora y el pueblo de conjunto; 2) Un proceso de ascenso de luchas y organización popular anterior y que la Democracia Cristiana, con su política de Revolución en Libertad, intentó frenar, realizando algunas reformas sin tocar de fondo el dominio de la burguesía extranjera y nacional sobre el país, pero que siguió después del gobierno de Frei; e incluso –como tercer elemento- el programa plantea como salida estratégica la creación de un “Nuevo orden institucional” donde los trabajadores tuviesen el “real ejercicio del poder” y por sobre todo la llegada del socialismo, con una transformación gradual de las instituciones del estado a través de la vía pacífica y eleccionaria.

Allende sintetizó ese Programa en 40 medidas de carácter urgente tales como: la supresión de los sueldos fabulosos, la honestidad administrativa, el control riguroso de las rentas y patrimonios de los altos funcionarios público, el derecho a Jubilación a todas las personas mayores de 60 años, la creación del Ministerio de Protección a la Familia, gratuidad de matrícula, libros, cuadernos y útiles escolares sin costo, para todos los niños de la enseñanza básica, medio litro de leche diario para cada niño, arriendos a precios fijos, construcción de poblaciones en sitios eriazos, Reforma agraria, Salud gratuita, el desahucio de los compromisos con el Fondo Monetario Internacional, fin de la cesantía, plan de obras públicas y desarrollo de la industria, vivienda, luz y agua potable para todos, etc. Así, con un resultado obtenido de 36,3 por ciento de los votos por sobre Alessandri -el candidato de la derecha- y Radomiro Tomic – el candidato de la democracia cristiana- Salvador Allende, tras la confirmación del congreso, llegaba al gobierno.

Las acciones de financiamiento del golpe, no fueron casualidad…

La intervención del gobierno de Estados Unidos no era novedad, ni mucho menos casualidad. Ya se mostraban preocupados por el aumento de las corrientes marxistas a nivel mundial y habían intervenido anteriormente en la cruzada electoral de Frei Montalva. La propia Agencia Nacional de Inteligencia de ese país reconocería más tarde el financiamiento del demócrata cristiano en el 50% de los gastos de su campaña. El mismo 15 de septiembre de 1970, el entonces consejero de seguridad nacional de los Estados Unidos, Henry Kissinger, gestó una reunión en la Casa Blanca, entre el presidente Richard Nixon y Agustín Edwards, entonces dueño de la prensa burguesa El Mercurio y uno de los mayores capitalistas del país, para orquestar un Golpe de estado o algo parecido. Como dijimos anteriormente, los esfuerzos del partido democratacristiano proporcionaron una batería limitada de reformas para evitar una polarización mayor e impedir un proceso de cambio radical de la estructura de la economía capitalista chilena. Fue así que el gobierno de Frei buscó salidas intermedias para contener políticas radicales que pudiesen surgir desde los mismos trabajadores. Comprender este factor es central para explicar por qué la gran potencia imperialista, desde el primer día, puso empeño en financiar a los golpistas, educar cuadros en materia económica en las propias universidades norteamericanas –Chicago Boys-, formar dirigentes gremiales en el área del trasporte y la minería, y proporcionar también formación militar de todas las fuerzas armadas.
La explotación de cobre, dominaba gran parte de la economía chilena como decía el propio Radomiro Tomic : «… El cobre podría ser para la economía chilena como la ‘lámpara de Aladino’ (como el petróleo para los árabes) “. Desde 1920 la industria estaba concentrada por tres compañías que se conocían como las ABC, por corresponder a Andes Cooper, Braden Cooper y Chile Exploration Company- Chuquicamata. La Braden y la Chile Exploration pertenecían a Anconda y la Braden era una filial de la Kennekott, es decir que la mayor parte de la industria minera estaba concentrada en pocas manos y pertenecían a Estados Unidos, cuestión que demostraba nuestro grado de dependencia de una potencia extranjera y que las fuerzas de “izquierda” habían colocado como parte de las disputa del programa político. Pero un proceso de nacionalización abierta (con indemnización) era demasiado costoso para el gobierno de Frei. Este inició un plan de “chilenización” que consistió en un acuerdo con Anaconda de la cual un 25% pasó a propiedad estatal y con la Kennecott con un 51 % que pasó a ser propiedad estatal. Como estaba propuesto ya en el programa de la Unidad Popular, bajo el gobierno de Allende, se llevó adelante el proceso de Nacionalización completa de las compañías del cobre, sin indemnizaciones o con indemnizaciones mínimas en algunos casos, por cuanto las empresas extranjeras habían obtenido con la explotación del mineral altas ganancias. Pero esta ofensiva de pasar el cobre a propiedad del estado chileno fue ampliada a otros sectores. Se nacionalizaron también el acero, el hierro, el salitre y el 60% de los bancos privados fueron adquiridos por el Estado; Sin embargo, ni los grandes capitalistas extranjeros ni la burguesía chilena estaban dispuestos a perder sus nichos de ganancia.

Con un gobierno que propugnara una salida pacífica al socialismo se vino la ofensiva del gobierno norteamericano. Nixon organizó un “Bloqueo invisible” contra Chile reteniendo todo préstamo del Banco Mundial o del Banco de Desarrollo Interamericano, además de ir gestando la organización del golpe militar.
En el intertanto, la burguesía chilena se encargaba de bloquear los proyectos del gobierno en el parlamento, declarar al gobierno insconstitucional, realizar acciones de sabotaje etc. A la par, abría paso a su propia organización como clase, levantando grupos de choque como Patria y Libertad u organizando a las mujeres en entidades como Poder Femenino- organización sucesora de Acción de mujeres por Chile- cuyo objetivo era detener el avance del comunismo, coordinando acciones con el propio Jorge Alessandri –ex presidente de derecha- y Jaime Guzmán, uno de los ideólogos del gremialismo y del régimen militar a posteriori.

La organización de la clase trabajadora y los límites del proyecto de la Vía Pacífica

Por su parte, la clase trabajadora, a medida que avanzaba el gobierno y se polarizaba aún más la lucha de clases, tomaba mayor conciencia de sí misma y de su potencial revolucionario. Fue en ese escenario que las mismas políticas de boicot por parte de la burguesía, como el acaparamiento, desabastecimiento, paros patronales de transportistas o un sector de los mineros del Teniente, en 1972, obligaron a la misma clase a plantearse la necesidad de seguir adelante con la producción y la distribución, a pesar de que organismos como la Central Única de Trabajadores y el propio Allende, querían mantenerlos dentro de la camisa de fuerza de la institucionalidad. Entonces, surgieron por la base, los Cordones Industriales, que hicieron prevalecer su propia capacidad de decisión y determinación política y organizativa. Así nació el Cordón industrial Cerrillos, Vicuña Mackenna, Santa Rosa, Macul, Conchalí, O’higgins. En muchas empresas del Estado se planificaba el quehacer con los comités de producción y distribución. La clase había parido, no obstante la voluntad de algunas fuerzas políticas, como el Partido Comunista, el PS e incluso el MIR, que apostaban a los Comandos Comunales, los embriones de lo que podría haber sido el futuro contorl obrero de la producción y también del Estado.

Allende por su lado y tras la suma de complicaciones económicas del gobierno – una inflación que venía de manera galopante, el déficit presupuestario para el financiamiento de los programas sociales, etc.- optaba por convocar a las colectividades de izquierda como el “Cónclave de Lo Curro” e insistía en buscar acuerdos con la Democracia Cristiana.
Los Cordones industriales desarrollaron – desde abajo- una coordinación política y de acción territorial prodigiosa, pero también de elaboración que tendía a despegarse del propio programa de gobierno -que impulsaba un cambio desde dentro de la institucionalidad- y profundizar el proceso revolucionario, excepto que nunca se plantearon como oposición real al gobierno, sino la defensa crítica del mismo. La claridad que tuvieron sobre el futuro que se concretaría el 11 de septiembre con el golpe militar es un reflejo de aquellas conclusiones que sacaban de aquella experiencia histórica, pues las transformaciones reales se lograrían dotando de mayor poder a los trabajadores, organizando fuera de la institucionalidad la ofensiva y el inevitable enfrentamiento directo con la burguesía: “Debemos exigirle al gobierno que se apoye en nosotros, […] Que no se apoye solamente en los organismos institucionales, que siempre han servido para defender los intereses de los patrones y el imperialismo” (Manifiesto del Cordón Vicuña Mackenna). Advertían al Gobierno de la propia trampa dela institucionalidad, el destino sangriento que correría para la clase y sus implicancias como el aniquilamiento físico y la derrota para los trabajadores a nivel mundial. “A dos años de Gobierno Popular, la clase explotadora de nuestro país conserva parte del Poder Político y una importante cuota del poder económico, lo que le da la capacidad necesaria para defender sus privilegios.
Para este proceso revolucionario y seguir avanzando, es necesario que el pueblo arrebate definitivamente el poder a la burguesía y la sustituya por poder obrero.” […] El poder obrero, cada día más amplio y fortalecido, derrotará el poder burgués y el imperialismo y les impedirá concretizar los intentos golpistas contra el pueblo”. ( Manifiesto Cordón Vicuña Mackenna).
“ Le hacemos este llamado urgente, compañero presidente, porque creemos que ésta es la última posibilidad de evitar en conjunto la pérdida de las vidas de miles y miles de lo mejor de la clase obrera chilena y latinoamericana” (Carta enviada por la Coordinadora Provincial de Cordones industriales)

Lamentablemente, los trabajadores no fueron escuchados. Allende persistió en las transformaciones institucionales, en la posibilidad de convocar a una Asamblea Constituyente, el diálogo con las fuerzas políticas de la burguesía y su confianza en que los mandos militares se apegarían a la Constitución. Mientras un sector importante de las tropas de las Fuerzas Armadas, principalmente de la Armada, intentaban organizarse contra el golpe militar, Allende se apoyaba más y más en los generales, como en el propio Pinochet. Ni Allende, ni el PS o el PC tuvieron una política para organizar a las tropas de las FFAA, Carabineros/PDI que estaban contra del golpe y constituían un número bastante expresivo de soldados y suboficiales. Por otro lado, también los obreros le pedían armas para defender las conquistas del proceso revolucionario y el propio gobierno, pero Allende hizo oídos sordos.

Así, el golpe militar advertido por los trabajadores, se concretizaba, justo antes del mediodía con los cazas Hawker, bombardeando La Moneda y los milicos tomando posesión en las fábricas.

A 48 años de La masacre de miles de nuestra clase, debemos seguir repudiando la maniobra de la burguesía y el imperialismo. El golpe fue contra los trabajadores y un pueblo que estaba luchando por el socialismo y su función aleccionadora fue para impedir que a futuro, nuestra clase pudiese nuevamente aspirar al poder político y económico; vetar cualquier posibilidad de que un proyecto de clase revolucionario, pudiese transformar los cimientos de la sociedad capitalista. La experiencia de las masas con un gobierno de carácter frente populista dejó sin capacidad de respuesta a nuestra clase y padeciendo físicamente la tortura, el exilio, la desaparición y la ejecución; pues la estrategia de pactar con la burguesía, utilizar la vía pacífica y el apego a la institucionalidad, abortó aquel proceso revolucionario, Allende tuvo la oportunidad de apoyarse en las fuerzas de la clase trabajadora y haber roto con la formalidad de la democracia burguesa, armar al pueblo y no entregarnos en bandeja a manos de la burguesía y su dictadura empresarial y militar. Esta es la verdadera cara de la clase social que nos domina y nos explota y hasta dónde puede llegar en sus ansias de mantener el poder y sus privilegios. Hasta hoy, no existe ni verdad, ni justicia y los mismos problemas que genera una sociedad dividida en clases sociales siguen latentes y se manifiestan como el mismo 18 de octubre del 2019.

El proceso revolucionario de los años 70 mostró todo el poder de la clase trabajadora y su disposición de lucha. Sin embargo, ese proceso fue conducido por partidos políticos que planteaban un objetivo imposible: llegar al socialismo sin romper la estructura del Estado burgués y de forma pacífica. Imposible porque la burguesía y el imperialismo nunca aceptarán perder sus privilegios y propiedades sin usar la violencia. En los años 70, faltó el partido revolucionario de la clase obrera que pudiera conducir el proceso hacia la victoria, con un programa que propusiera el armamento de la población y la organización de las tropas de las FFAA para enfrentarse a la burguesía. Si hubiese existido ese partido, no tenemos dudas de que el proceso revolucionario hubiera tenido muchas más posibilidades de vencer y expandirse por toda Latinoamérica y el mundo.


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