Hace dos años salimos millones a las calles para decir basta. La juventud nuevamente mostró el camino, con estudiantes saltando los torniquetes del metro contra el alza del pasaje. La enorme violencia del gobierno hizo que el país estallara en indignación contra todos los abusos: la salud precaria, las pensiones y sueldos miserables, la educación privatizada, el precio del transporte y un largo etc.

El estallido social chileno no fue una excepción. Días antes, Ecuador hervía con barricadas y duros enfrentamientos entre los indígenas y el gobierno de Lenin Moreno por el alza de los combustibles. Un mes después, también explotaba Colombia, en un gran Paro Nacional que terminó en una rebelión social. Pocos meses después, explota una enorme rebelión en Estados Unidos contra la violencia racista. Todas esas explosiones sociales tienen algo en común: fueron protagonizadas por los pobres, por la juventud popular y la clase trabajadora. Eso porque el capitalismo genera enormes desigualdades y violencia en todos los países del mundo, incluso en los más ricos, como Estados Unidos.

En Chile, el 18 de octubre fue la expresión de más de 3 décadas de luchas contra el modelo capitalista neoliberal. Las luchas regionales de Aysén, Freirina, Punta Arenas, la lucha estudiantil por la educación pública, las luchas obreras contra el subcontrato y por mejores sueldos, la lucha contra las AFPs y la lucha de las mujeres. Todas se unificaron en una única lucha después del 18 de octubre.

¿Estallido, revuelta o revolución?

¿Pero qué pasó el 18 de octubre y las semanas siguientes? ¿Es correcto hablar de estallido social o de revuelta? En nuestra opinión, todos esos términos quedan cortos para describir el proceso que se abrió ese 18.

Hubo tres características muy importantes del movimiento que se inició el 18. La primera fue la masividad. Fueron millones las personas que salimos a las calles después del 18. Esa masividad no se expresó solamente en las grandes marchas, sino también en cada población, cerro y barrio, con los cacerolazos, reuniones, actividades, ferias. La segunda característica importante fue la violencia como método de resistencia del pueblo. La explosión social fue acompañada por un grado importante de violencia contra la policía, las instituciones públicas y también algunos símbolos del consumo. Así, en pocos días se quemaron decenas de estaciones de metro, se saquearon grandes tiendas del retail, se incendiaron iglesias, universidades privadas, etc. Además de esa rabia incendiaria, también se organizó una importante autodefensa popular para defender a las marchas: la Primera Línea, centenas o miles de jóvenes y adultos que perdieron completamente el miedo a enfrentarse a policía y al Ejército y empezaron a poner su cuerpo para defender las manifestaciones. La tercera característica importante es la profundidad del cuestionamiento. No estamos hablando de una revuelta espontanea contra alguna política específica. El 18 de octubre unificó todas las demandas populares contra el modelo económico y el régimen político. Todo eso se sintetizó en las consignas de Fuera Piñera y Asamblea Constituyente, que cuestionan el conjunto del régimen y sus bases económicas.

Así, por esas 3 características, decimos que lo que se abrió en Chile fue una revolución, no solamente una revuelta o un estallido. Muchas veces tenemos la falsa idea de que una revolución es un proceso de movilizaciones ininterrumpido que lleva rápidamente a la caída de un gobierno o régimen. Eso puede ser así, como pasó en Egipto, Túnez o Libia hace 10 años. Sin embargo, las revoluciones no son todas iguales. Las revoluciones son procesos de ruptura del orden establecido que pueden durar años, con idas y venidas, ascensos y reflujos de las movilizaciones. Muchos factores van a determinar si esas revoluciones serán o no serán victoriosas y qué transformaciones sociales van a lograr. Algunas revoluciones derrumban gobiernos, pero no logran conquistas sociales. Otras derrumban regímenes completos y van más lejos en sus conquistas. Algunas retroceden, son masacradas o desviadas. Las revoluciones más profundas son las que cuestionan la base del sistema capitalista – la propiedad privada de los medios de producción, como fueron la Revolución Rusa, la revolución Cubana o China. Estas fueron revoluciones sociales, que lograron llegar mucho más lejos en la construcción de una nueva sociedad, aunque después retrocedieron debido a la política de sus direcciones.

En Chile, nuestra revolución tiene como motor la clase trabajadora, aliada con sectores de las clases medias precarizadas y los pueblos originarios. En la vanguardia está la juventud trabajadora, precarizada y estudiantil. Es una revolución que lleva en su interior el cuestionamiento a todo el modelo económico capitalista chileno. La solución de los problemas sociales no se realizará solamente con cambios en el régimen político (una Constitución más o menos democrática, un Congreso unicameral o una policía más “humanitaria”). Se necesitarán cambios económicos profundos para que las demandas sociales sean solucionadas. En nuestra opinión, solamente la ruptura con las grandes transnacionales imperialistas y la burguesía chilena podrá empezar a solucionar los problemas del pueblo. Por eso, hablamos de una revolución inconscientemente socialista, ya que lleva en su germen el cuestionamiento a la gran propiedad privada de la burguesía nacional y extranjera, lo que solo se podrá concretar cuando el pueblo trabajador tome el poder en sus manos y reorganice completamente la economía y la sociedad. Mientras se negocie con el gran empresariado y no se rompa esa camisa de fuerza, todas las conquistas serán parciales y podrán retroceder en algún tiempo si no se acaba con el sistema capitalista y la lógica del lucro, que condena la mayor parte de la población a la pobreza y destruye la naturaleza.

La derrota de Piñera, el 12N y el 15N

Volviendo a los hechos. Las masas conquistaron varias victorias después del 18 de octubre. La primera de ellas fue el congelamiento del precio de los transportes, una de las primeras medidas exigidas por las manifestaciones. Días después, con la mayor marcha de la historia (25 octubre 2019), obligamos el gobierno a retirar los militares de las calles y mandarlos nuevamente a los cuarteles. Derrotamos la política del gobierno de acabar con las manifestaciones por la violencia militar. Las protestas siguieron y alcanzaron su auge el 12 de noviembre, con la organización de una huelga general que paralizó parte importante del país. Esa huelga, que paralizó sectores del transporte, minería, trabajadores públicos, servicios y obreros de distintas ramas, se combinó a fuertes movilizaciones y enfrentamientos de la juventud popular en varias ciudades. Antofagasta, Santiago, Valparaíso, Concepción y varias otras se transformaron en escenarios de guerra. El gobierno quedó por un hilo y amenazó poner nuevamente los militares en las calles. Sin embargo, no tenía la fuerza para hacerlo, ya que la cúpula de las Fuerzas Armadas sabía que si volviesen a las calles sería para realizar una masacre, lo que podía llevar el país a una guerra civil.

Así, Piñera fue obligado a retroceder y convocar a un gran acuerdo nacional con los partidos del régimen. El 15 de noviembre se firmó el Acuerdo por la Paz, que abrió el Proceso Constituyente actual y salvó el gobierno de Piñera.

El Frente Amplio y el Partido Comunista salvan el gobierno

El Acuerdo por la Paz dio origen al Proceso Constituyente actual. En primer lugar, debemos reconocer que la apertura de un Proceso Constituyente fue una enorme victoria del movimiento de masas. Ni el gobierno ni la “oposición” querían conceder un Proceso Constituyente con las actuales características. Este Proceso Constituyente es una conquista de nuestra lucha. Sin embargo, como fue fruto de una enorme “concertación”, el actual Proceso Constituyente nace deformado, con muchas trabas impuestas por los partidos del régimen actual: el quórum de ⅔ , la imposibilidad de destituir autoridades (y así realizar el juicio y castigo contra Piñera y su gobierno), la imposibilidad de cambiar los Tratados de Libre Comercio (que son la base del modelo económico actual), etc.

Ese gran acuerdo fue firmado por casi todos los partidos políticos del régimen, de la UDI hasta el Frente Amplio. Así, todos ellos son responsables por la mantención de Piñera en el gobierno, la enorme represión cometida después del Acuerdo y también por las trabas impuestas al Proceso Constituyente. El Partido Comunista, si bien no firmó el Acuerdo, salió el día siguiente a reconocerlo, haciendo críticas puntuales a algunos aspectos (como el quórum o la falta de representantes indígenas). El PC, que dirigía la Mesa de Unidad Social, bajó las movilizaciones y entró de lleno a la disputa electoral. En el momento donde el gobierno estaba más débil y el movimiento de masas tenía más fuerzas, el PC decidió entrar a la disputa electoral y no utilizar su peso en los sindicatos y territorios para mantener el Fuera Piñera. Así, terminó siendo cómplice del Acuerdo por la Paz y también uno de los responsables por la mantención de Piñera, aunque meses después (cuando ya el movimiento de masas había disminuido) presentó junto al Frente Amplio una Acusación Constitucional contra Piñera que fue derrotada en el Congreso.

Así, el Proceso Constituyente se abre, pero con un sabor amargo. No hay justicia ni castigo a los responsables por la guerra al pueblo. No hay reparación a las centenas de familias y víctimas de la represión y muchos de nuestros compañeros y compañeras siguen en la cárcel. Todas esas tareas siguen pendientes.

El proceso sigue abierto

Después de la firma del Acuerdo por la Paz, siguieron muchas movilizaciones. Con el inicio de la pandemia, el gobierno y los grandes empresarios fueron obligados a dar el primer retiro de las AFPs, por el miedo a un nuevo estallido social. Después vinieron nuevos retiros y bonos para amortiguar el impacto de la pandemia. Todas esas concesiones económicas a la clase trabajadora se deben al miedo. Entregan los anillos para intentar mantener los dedos. La pandemia significó un golpe duro a la clase trabajadora. La mayoría de los muertos son nuestros, ya que fuimos nosotros los que nos mantuvimos trabajando y arriesgándonos al contagio. La Ley de Protección al Empleo también fue otro duro golpe, ya que permitió a los patrones “congelar” los contratos de millones de trabajadores y que estos fuesen obligados a utilizar su propio seguro cesantía para mantenerse. Otra vez la solidaridad popular fue fundamental, volvieron a surgir las ollas comunes.

Las elecciones constituyentes fueron otra dura derrota para los partidos de los 30 años, con la entrada de un gran número de independientes relacionados a las luchas sociales y también una amplia votación de fuerzas de “izquierda”, que dicen apoyar el movimiento popular, como el Frente Amplio y el PC (aunque ya dijimos su responsabilidad en la situación actual).

La Convención Constitucional hasta ahora no ha logrado romper con las trabas del Acuerdo por la Paz y se mantiene rehén de las instituciones del régimen actual – el Congreso, el Ejecutivo, la Corte Suprema, etc.

En la clase trabajadora, existe una gran expectativa en los cambios que podrán venir a través de la Constituyente y también de las elecciones presidenciales. En nuestra opinión, esos cambios van a depender de la movilización y organización de las y los trabajadores y la juventud. El Frente amplio, que hoy dirige la Convención Constitucional y se postula para dirigir el país (con apoyo del PC), ya demostró que su camino es el de la negociación con el gran empresariado y no el de la movilización popular para imponer los cambios que la mayoría de la población demandó y sigue demandando en las calles.

Si bien en los últimos meses no hubo grandes movilizaciones en las calles, no podemos decir que el proceso que se abrió el 18 de octubre está cerrado. Sin dudas estamos en un momento de expectativa y cierta “estabilidad”, pero eso puede que no dure mucho, debido a que ninguno de los problemas sociales hasta ahora ha sido solucionado.

Por una campaña para recuperar el cobre, el litio y el agua

Como MIT, estuvimos presentes en las más importantes movilizaciones sociales desde el inicio de la revolución. Nuestro lienzo se hizo conocido en Plaza Dignidad y nuestras banderas fueron enarboladas por muchos compañeros y compañeras en distintas ciudades del país, como Valparaíso, Punta Arenas, Rancagua y otras. Como una organización revolucionaria y comprometida con la lucha social llevamos una candidatura a la Convención Constitucional, nuestra compañera María Rivera, que estuvo viernes tras viernes en Plaza Dignidad y lleva décadas luchando en defensa de los presos políticos y perseguidos por el Estado. Nuestra compañera salió electa con más de 19 mil votos por el Distrito 8, uno de los más obreros y populares del país. Hoy, con nuestra compañera en la Convención y centenas de compañeros en los territorios y lugares de trabajo, seguimos alertando la clase trabajadora y la juventud sobre los límites del Proceso Actual e intentando construir un camino en conjunto para obtengamos una victoria.

En el marco de seguir luchando por el juicio y castigo a Piñera, la libertad a los presos y la reparación a las víctimas de la represión, queremos plantear a las trabajadoras y trabajadores, a los sindicatos, organizaciones sociales y de juventud, la necesidad de organizar una gran campaña para recuperar lo que nos han saqueado las 10 familias más ricas de Chile y las transnacionales. A través de nuestra compañera constituyente María Rivera queremos impulsar una campaña de exigencia hacia la Convención Constitucional para que nacionalice, bajo control de los trabajadores y comunidades, el cobre, el litio y el agua.

Sabemos que el cobre hoy es la principal riqueza que posee nuestro país y que gran parte de esa riqueza hoy termina en los bolsillos de grandes capitalistas internacionales y algunas familias chilenas, como la familia Luksic. Por su parte, el litio ya es conocido como el “oro blanco”, debido a su uso en nuevas tecnologías de automóviles, teléfonos, etc. El litio empieza a ser cada vez más explotado por el sector privado: grandes transnacionales asociadas a empresarios nacionales, como el ex yerno de Pinochet, Ponce Lerou, dueño de SQM. Ese enorme saqueo de los bienes minerales también destruye y contamina comunidades enteras, con enormes consecuencias para los ecosistemas y la población humana. Por eso, creemos fundamental que la discusión sobre la explotación del cobre, litio y otros productos minerales o agrícolas esté conectada con la necesidad de hacer un uso racional del agua, además de recuperar y proteger los ecosistemas. En concreto, planteamos que la Nueva Constitución expropie, sin indemnización, a todas las grandes empresas mineras y los derechos de aprovechamiento de agua. No puede haber indemnizaciones a los que han lucrado décadas con la sobreexplotación laboral y el saqueo de los bienes naturales.

Por eso, queremos iniciar esa gran campaña por la nacionalización de esos bienes. Esto nos permitiría controlar esas riquezas para ponerlas al servicio de solucionar los problemas del pueblo (vivienda, salud, pensiones, educación) y frenar la destrucción de la naturaleza. Esto solo es posible con el control obrero y de las comunidades sobre las grandes empresas mineras y el agua. De nada nos serviría que todo eso estuviera en manos del Estado, ya que sabemos que este Estado está al servicio de los grandes capitalistas. La mayor prueba de ello es Codelco, una empresa estatal que funciona como una empresa privada, con la lógica de la competencia y el lucro, con trabajadores de primera y segunda categoría (subcontrato), que contamina las poblaciones, destruye la naturaleza y genera recursos que terminan en manos de las Fuerzas Armadas. Por eso, decimos que no basta “estatizar” esos bienes, es necesario que la clase trabajadora y las comunidades los controlen para definir cómo utilizarlos. Ese control debe ser un paso en el sentido de que la clase trabajadora avance hacia la toma del poder, hacia la construcción de un verdadero poder obrero y popular, que permita organizar toda la economía de forma planificada, una lógica contraria a la irracionalidad capitalista.

Sabemos que la nacionalización de esos recursos no soluciona todos los problemas. Necesitamos que todas las empresas estratégicas del país sean controladas por la clase trabajadora y el pueblo, así, será posible empezar a cambiar nuestra matriz productiva para depender menos de las materias primas y solucionar demandas históricas como la devolución de las tierras al pueblo mapuche.

Queremos llevar esta discusión a cada espacio territorial, asamblea, cabildo y a cada lugar de trabajo, sindicatos y federaciones. La única posibilidad de recuperar todo lo que nos han saqueado es con organización y movilización popular. La huelga general del 12 de noviembre muestra el camino, el camino de la unidad de la clase trabajadora y la juventud. Este es el camino que debemos apuntar, pero con un programa claro que lleve a la superación del capitalismo neoliberal chileno y solucione las demandas populares.

Es necesario construir un nuevo partido de la clase trabajadora y el pueblo

La clase trabajadora y el pueblo hoy no tienen un partido para llevar hasta el final sus demandas. Por eso, las enormes movilizaciones terminan bajo la dirección de los partidos tradicionales, que logran imponer sus negociaciones y su programa. Ni Boric ni el Partido Comunista representan el enorme descontento social que se manifestó desde el 18 de octubre. Ni el Frente Amplio ni el PC han sido protagonistas en el proceso actual. Sin embargo, por la falta de una dirección alternativa, terminan dirigiendo el proceso, apoyados en sus aparatos, dirigentes e intelectuales.

La clase obrera, la juventud popular, las y los trabajadores necesitamos construir un nuevo partido. Un partido que nazca de la lucha social, de las calles, de las luchas obreras y territoriales. Un partido revolucionario que lleve a fondo la lucha por la independencia nacional, por la recuperación de todo lo que nos han saqueado. Un partido revolucionario que tenga como objetivo acabar con el capitalismo en Chile y en el mundo, para conquistar una sociedad organizada de forma racional, dónde los intereses humanos y de la naturaleza estén en primer lugar.

El MIT está empeñado en la construcción de ese partido. Somos parte de una organización internacional, la Liga Internacional de Trabajadores, que tiene partidos y organizaciones en distintos países del mundo luchando por el mismo objetivo: la superación del capitalismo.

Les invitamos/as a construir el MIT, para poner las bases a la construcción de un partido revolucionario de la clase trabajadora y los pueblos.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí