por David Espinoza, MIT Chile

Si dejamos que el libre mercado siga su curso, llevará con seguridad a una bancarrota desordenada”

La frase de arriba no es de Karl Marx. Tampoco de Che Guevara o de ningún otro “líder comunista”. Esa frase fue pronunciada por George W. Bush, ex presidente de Estados Unidos, el 19 de diciembre de 2008, cuando anunció el rescate, por parte del Estado, de varias empresas automovilísticas norteamericanas.

Hace un par de años, Trump ganó las elecciones en Estados Unidos prometiendo que sería el mayor desregulador de la historia del país, con un discurso y programa políticos totalmente contrarios a la intervención estatal en la economía.

Sin embargo, las leyes de la vida y la historia son duras e insalvables, hasta para los hombres más poderosos del mundo. Hace pocos días, Trump anunció la mayor intervención estatal de la historia para salvar la economía norteamericana. Todo indica que los valores anunciados para el salvataje todavía son insuficientes para lo que se viene.

La pandemia del coronavirus solo vino a anticipar una realidad que muchos ya sabíamos que sucedería: una nueva (y catastrófica) crisis del sistema capitalista.

El sistema capitalista: una máquina de concentración de riqueza

Podríamos pensar que nuestra sociedad funciona de acuerdo a nuestras necesidades. Sería lógico. Si vivimos en sociedad, esta sociedad debería funcionar bien, por lo menos para la gran mayoría de las personas que la componen. Todas las reglas, leyes y gobiernos deberían servir para garantizar ese buen funcionamiento, cohibiendo las conductas y comportamientos que la llevan a la destrucción o que van en contra de ese buen funcionamiento.

Sin embargo, la sociedad capitalista funciona al revés. La sociedad capitalista no tiene como base satisfacer las necesidades de la mayoría de las personas. Esta funciona a partir de la necesidad dela acumulación de riqueza en la mano de una pequeña minoría, que domina la sociedad. ¿Qué significa eso? Significa que si la riqueza (dinero, empresas, tierras, productos) no se concentra en las manos de una pequeña minoría, la sociedad capitalista no funciona. Incluso tampoco funcionaría si toda la riqueza quedara paralizada en la mano de esa pequeña minoría. Parte de la riqueza tiene que volver a circular para que la sociedad pueda también consumir y seguir existiendo, y así alimentar a esa ínfima minoría. Esa riqueza que circula, sin embargo, sólo puede circular con una condición – que sirva para acumular más riqueza en las manos de esa minoría. Esa riqueza que circula y se transforma en más riqueza se llama capital.

Hagamos una analogía. Sabemos que la circulación de la sangre en nuestro cuerpo es fundamental para comunicar las diferentes partes del cuerpo y transportar las diferentes sustancias vitales para un buen funcionamiento del organismo humano. Si tenemos un problema de circulación y esta sangre se concentra en algún miembro u órgano del cuerpo del cuerpo y no superamos ese problema rápidamente, eso nos puede llevar a la muerte, debido a la falta de sangre en el resto del organismo. Si la sangre no llega a un lugar (una pierna, por ejemplo), también por un problema de circulación, podemos sufrir la amputación de ese miembro para no arriesgar a todo el organismo.

Imaginemos ahora la sociedad humana como un gran organismo vivo. En el capitalismo, el mercado cumple el rol de transportar todo lo que la sociedad necesita para sobrevivir. Sin embargo, ese mercado (que tendría la función de la sangre en nuestro cuerpo) transporta el 90% de la riqueza para una pequeña parte del organismo y todo el resto tiene que vivir con menos de 10%. Es como si nuestro cuerpo transportara 90% de todo lo que es necesario para que él sobreviva y se desarrolle para un único miembro del cuerpo, una mano, por ejemplo. Esto sería muy raro, ¿no cierto? Ningún organismo podría sobrevivir por mucho tiempo así.

La sociedad capitalista hace exactamente esto. Peor. En la sociedad capitalista, no es como si la mayor parte de nuestra sangre fuese a parar en una mano. Es como si la mayor parte de nuestra sangre fuese a parar en un parásito, exterior a nuestro cuerpo. Es como si todo lo que produce nuestro organismo sirviera para alimentar a un parásito – este parásito, en la sociedad capitalista, se llama burguesía.

En el sistema capitalista, la mayoría de la población trabaja. Algunos en fábricas, otros en puertos, minas, tiendas, bancos, call centers, colegios, etc. Sin embargo, la gran mayoría de la riqueza producida llega, al final (por varios mecanismos económicos), a las manos de unas pocas personas. ¿Un ejemplo? Los 8 hombres más ricos del mundo concentran más riqueza que el 50% de la población mundial, o sea, 3,5 mil millones de personas. Las personas que concentran la mayor parte de la riqueza conforman la burguesía. La riqueza va a parar en sus manos porque ellos son dueños de los medios de producción, o sea, de los medios de producir la riqueza (minas, fábricas, puertos, bancos, etc.).

Concentración de riqueza: ¿solo por avaricia?

Pero… ¿por qué la sociedad capitalista necesita concentrar riqueza para funcionar? ¿Es solamente porque quienes tienen mucho dinero quieren tener más dinero?

No. No estamos frente a un problema ético (o de falta de ética) o psicológico. Estamos frente a un problema económico.

Para entender por qué la sociedad capitalista necesita la acumulación de riqueza para existir, tenemos que explicar cómo esa sociedad funciona.

La sociedad capitalista, después de la Revolución Industrial, hace más de 3 siglos, significó una revolución completa en relación a las sociedades humanas anteriores. La inmensa acumulación de capital que se dio por parte de la burguesía en los siglos anteriores a la Revolución Industrial posibilitó la inversión de esa masa de capital en nuevas tecnologías, ciencia, fábricas modernas, nuevos sistemas de navegación, etc. La burguesía invertía su capital para buscar nuevos mercados, producir más, ganar más. Para ello, impulsó el estudio y desarrollo de nuevas técnicas y métodos de producción, que permitieron que los seres humanos produjeran cada vez más cosas y de mejor calidad. Hubo un avance espectacular en la ciencia. El capitalismo fue fundamental para desarrollar las fuerzas productivas, o sea, la capacidad de los seres humanos de entender y dominar la naturaleza, a través de la técnica, la ciencia y los medios de producción, para avanzar en la satisfacción de las necesidades de los seres humanos.

Ese desarrollo, sin embargo, no fue planificado y centralizado. Lo que estimulaba el desarrollo era la competencia entre la propia burguesía. Cada burgués, para sobrevivir, tenía que revolucionar su propia producción. Buscaba producir productos cada vez más baratos para superar la competencia. Para ello, tenía que invertir en tecnología y explotar más a sus obreros (pagando sueldos más bajos, con jornadas laborales más largas, empleando a niños, etc.). Si un burgués decidiera no competir, estaría muerto como burgués y tendría que transformarse en trabajador, la peor pesadilla de la burguesía. La competencia llevaba la burguesía a tener que invertir más, producir más mercancías, buscar nuevos mercados, crear nuevas tecnologías y máquinas más avanzadas, etc. Esa expansión avanzó hacia todo el planeta. La necesidad cada vez mayor de hacer enormes inversiones para existir como burguesía empezó a generar grandes monopolios, empresas que concentraban gran parte del capital en sus manos. Las pequeñas empresas ya no tenían posibilidad de competir en los sectores más importantes de la economía debido a la necesidad de tener enormes sumas de capital.

La economía actual demuestra eso de forma clara. Hoy en día, ¿cuántas pequeñas empresas hay en la producción de petróleo, automóviles, energía, aviones, etc.? Ninguna. ¿Y por qué ninguna? Porque para competir en ese mercado es necesario tener una cantidad ENORME de capital, que sólo la gran burguesía tiene (o los Estados).

Esa lógica de inversión, producción en masa, venta y lucro es la lógica necesaria del funcionamiento de la sociedad capitalista. Todo ese proceso es llamado de reproducción ampliada del capital.

El dinero entra, las empresas producen, las mercancías son vendidas y el dinero regresa en un monto superior al inicial. Ese dinero que regresa tiene que reiniciar el proceso de producción de forma ampliada – si la producción se estanca por mucho tiempo, la tendencia es la crisis y la quiebra. Parte de ese dinero también se transforma en lucro y va directamente a las manos de los dueños de las empresas.

Con el tiempo, esa gran masa de capital acumulado empezó a ser controlada por los bancos, que son instituciones que existen para administrar el dinero. Administrando esa gran masa de capital, los bancos se hicieron dueños de la mayor parte de las empresas. Tenían la capacidad de decidir dónde y cuándo invertir. Los bancos funcionan con la misma lógica de las AFP. Ningún trabajador decide dónde será invertido su dinero acumulado. Las AFP son las que administran y deciden dónde va ese dinero. En los hechos, ellas son las dueñas de nuestro dinero y con él la burguesía hace sus negocios e inversiones.

Los bancos, con un gran volumen de capital, tuvieron condiciones de decidir a quiénes prestar el dinero. Las empresas, como necesitaban invertir sumas cada vez más grandes de dinero para mantenerse competitivas, buscaron préstamos en los bancos. La disputa por el dinero (y la capacidad de acceder a él) determinaba (y sigue determinando) las tasas de interés (el precio del dinero). Los bancos prestaban con expectativas de que iban a ganar más en el futuro. Para pagar a los bancos, las empresas deberían producir más, vender más, etc. Un ciclo sin fin.

Pero este ciclo tiene fin. No el fin de una película romántica. Un fin catastrófico, como vamos a ver más adelante.

Como todas las empresas y sectores de la economía tienen un límite de crecimiento, ya que los recursos naturales son finitos y la cantidad de mercancía que pueden vender también es finita (por la capacidad de la gente para comprar), gran parte de la masa de capital que se acumulaba no podía ser reinvertida en el proceso de producción. Pero esa enorme masa de capital no podía quedar paralizada, tenía que seguir circulando, o sería plata perdida. Aquí empieza el mercado financiero. El mercado financiero es un mercado que se basa no en la economía de hoy, sino que en la economía de mañana. Es un mercado de expectativas en el futuro. Es una masa de capital que empieza a ser invertida en empresas, bancos, seguros y cualquier cosa que parezca rentable en el futuro.

El sistema financiero tiene la capacidad de crear un mercado futuro, basado en expectativas, y a partir de él enriquecer a los sectores de la burguesía que controlan el dinero que circula. Todo eso, sin embargo, es ficticio, nada existe, es todo especulación sobre cómo será el futuro. Esa especulación genera ganancia por un tiempo, pero es un mercado de ilusiones, ya que no produce riqueza real ni permite que el capital se reproduzca… lo que hace es crear dinero. Ocurre que esa masa de dinero que se va reproduciendo empieza a alejarse cada vez más de la producción real de riqueza y de la reproducción del capital. Y así, toda esa burbuja, de repente explota.

En el mercado financiero la vida es una maravilla, hasta que se hace un infierno. Este infierno empieza cuando alguna de las extremidades de ese peligroso juego de circulación de dinero, acciones, monedas, y valorización “artificial” del capital se desploma. Son los llamados “shocks” económicos.

¿Y por qué esa burbuja explota?

Porque todo el sistema está sustentado en contradicciones muy profundas, que en algún momento van a estallar. Las crisis capitalistas son como los terremotos. Los terremotos son solamente el resultado de las contradicciones subterráneas: el movimiento de las placas tectónicas que las hace chocar. La energía de ese choque se va acumulando, acumulando hasta que explota en un fuerte sismo. La crisis capitalista es igual. Pero ¿cuáles son las placas tectónicas del capital que están chocando?

La principal contradicción de la economía capitalista

Para entender las crisis capitalistas tenemos que entender que la economía capitalista se sustenta en una fuerte contradicción. Dos elementos opuestos, que chocan, eventualmente se reacomodan, pero inevitablemente explotan.

La principal contradicción de la economía capitalista es el choque entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción. Los nombres son complicados, pero la idea es fácil de entender.

El capitalismo necesita revolucionarse todo el tiempo para producir más y acumular más. En la medida que invierte en la producción y tecnología (desarrollo de las fuerzas productivas), necesita menos trabajadores para producir. Cada máquina o nueva tecnología reemplaza a centenares o miles de trabajadores. En escala mundial, millones de trabajadores.

Sin embargo, quien puede consumir la masa de mercancías producidas es la masa trabajadora. Los miles de millones de trabajadores que hay en todo el mundo. Ese es el mercado mundial. La burguesía, aunque tenga aviones, helicópteros, casas en la playa, ropas de lujo, las mejores comidas, etc., no puede consumir todo lo que la sociedad capitalista produce. Ellos necesitan que la mayoría de la población consuma. Sin embargo, una parte de esa masa de trabajadores no puede consumir porque está permanentemente siendo empujada fuera del mercado del trabajo. Eso es así porque los capitalistas necesitan una gran cantidad de trabajadores cesantes. Así, el valor de la fuerza de trabajo se mantiene bajo. O sea, un patrón que no quiere aumentar sus “costos” con los salarios puede siempre amenazar a los trabajadores con el despido, ya que hay millones de cesantes esperando para trabajar por un sueldo más bajo. El desempleo no es algo que el capitalismo quiere combatir, es algo necesario para la mantención del sistema económico. Esa masa de cesantes, necesaria para la reproducción del capital, no puede consumir en la velocidad que el capitalismo produce. Por otro lado, la masa de trabajadores que tiene trabajo no puede recibir sueldos muy altos para consumir porque eso acabaría con la competitividad de las empresas, lo que las destruiría.

Así, al mismo tiempo que produce cada vez más mercancías, el capitalismo no crea las condiciones para que las personas las consuman. O sea, necesita ampliar cada vez más su mercado, pero ¡no le da condiciones para que exista! Necesita el mercado, pero lo destruye.

Como la mayoría de las personas no tiene condiciones de consumir todo lo que necesita (sea la necesidad del estómago o de la fantasía, como decía Marx), los bancos les prestan plata. Pero los préstamos deben ser pagados, lo que genera expectativas (y esas expectativas de pago son negociadas en la bolsa de valores). Todo este mecanismo, basado en expectativas, es muy arriesgado, porque al mismo tiempo que el sistema empuja el trabajador hacia abajo, el sistema necesita que el trabajador esté arriba para consumir y pagar sus préstamos. Además, el capital acumulado va abarcando todas las cosas, transformando todo en mercancía: la educación, la salud, etc. Eso significa que el trabajador tendrá también que pagar por todos esos servicios.

El fuerte desarrollo de las fuerzas productivas, necesario para la reproducción del capital, choca con las relaciones que existen en la producción, que están determinadas por la propiedad privada de los medios de producción. O sea, como los capitalistas son dueños de todas las empresas, ellos se quedan con el producto final producido por los trabajadores, devolviéndoles a los trabajadores una minúscula parte de lo que estos producen – el salario. Toda esa diferencia entre lo que el trabajador produce y lo que percibe al final se llama plusvalía. Esa plusvalía o masa de riqueza producida por el trabajador, termina en las manos de los capitalistas, así la riqueza se concentra.

Las relaciones de producción entre trabajadores y capitalistas, aunque sean “iguales” en la ley, no lo son en realidad, dado que la propiedad privada de las empresas les da a los capitalistas el derecho a quedarse con casi todo lo que los trabajadores producen.

Esta relación de explotación entre los capitalistas y los trabajadores, y la concentración de la riqueza en las manos de un pequeño sector de la población, chocan con el desarrollo de las fuerzas productivas, o sea, la ampliación cada vez mayor de la capacidad de producir nuevas riquezas. Sin embargo, el avance de las fuerzas productivas no puede parar o el sistema completo colapsa.

Esa contradicción fundamental del capitalismo es lo que lo lleva a las crisis. La sobreproducción de mercancías (que se transforma en una sobreproducción de dinero) se acumula en un polo e impide que el sistema siga funcionando. Entonces todo estalla. Para que todo ese proceso se reinicie, es necesario destruir de una forma colosal las fuerzas productivas.

La destrucción de las fuerzas productivas (medios de producción, naturaleza y seres humanos) empieza por la quema del capital ficticio (especulativo), por eso la caída de las bolsas de valores. Después se transforma en quiebra de las empresas, despidos masivos, capacidad productiva ociosa (sin producir) etc. La primera y la segunda guerras mundiales fueron procesos masivos de destrucción de las fuerzas productivas. Para posibilitar esa destrucción masiva, el capitalismo empezó a desarrollar sus fuerzas destructivas – armamentos de destrucción en masa que pueden acabar con países completos en cuestión de minutos. La industria de la guerra.

Para hacer una analogía, es como si los obreros construyeran un edificio y después que lo terminaran tuviesen que destruirlo para construirlo nuevamente. El capitalismo funciona así. Pero cada vez en escala más absurda. Hoy ya tenemos la capacidad de destruir la mayoría de las especies de seres vivos del planeta y a nosotros mismos – toda la sociedad. El capitalismo lleva a la sociedad humana rápidamente a ese camino.

Estamos en el inicio de esa destrucción masiva de capital. Esa destrucción fue iniciada por la pandemia del coronavirus, pero todos los economistas (y gobiernos) ya sabían que la crisis estallaría de alguna forma y sería brutal. La pandemia fue la casualidad que vino a poner en la UCI una sociedad ya completamente enferma.

Pandemia y crisis económica

La economía china fue, en las últimas décadas, uno de los motores de la economía mundial. Después de la restauración del capitalismo en China (fines de los años 70 e inicio de los 80) y en el Este Europeo (ex Unión Soviética), la economía capitalista mundial ganó un nuevo aliento, ya que se incorporó a la economía mundial a más de un tercio de la humanidad, que antes vivía en economías que no eran controladas por el mercado. La restauración del capitalismo en esos países posibilitó que el capital avanzara vorazmente para colonizar nuevas regiones. Las empresas y bancos capitalistas se adueñaron de casi toda la economía de esos países. Y, además, conquistaron un nuevo y enorme mercado consumidor. China, con más de mil millones de habitantes, se transformó en la gran fábrica del mundo, donde se instalaron miles de empresas para producir toda clase de mercancías aprovechando una mano de obra muy barata. Un gobierno altamente represor, un enorme mercado consumidor y una gigantesca masa de mano de obra más barata. Nada mejor para el capital. El capital entonces migró a China y la transformó en uno de los motores de la economía mundial.

Sin embargo, como todo en la vida termina, y en el capitalismo los finales son trágicos, el ciclo del crecimiento chino también empezó a llegar a su fin. No sólo eso; como la propia China en las últimas décadas desarrolló una importante burguesía, empezó a competir con las burguesías imperialistas, en particular con la burguesía norteamericana. Un ciclo de acumulación que va llegando a su fin y una nueva y potente burguesía compitiendo por el mercado mundial. La fórmula de la explosión. La guerra comercial ya era un fuerte indicio de esa ruptura que está por venir.

La pandemia empieza en China. En una China que ya venía desacelerando su ritmo y en una economía mundial ya enferma (por exceso de producción y acumulación, no por falta). Las previsiones de una nueva crisis económica ya eran debatidas por todos los economistas serios de la propia burguesía.

El rápido avance del virus paraliza a un sector importante de la economía china. Fábricas dejan de producir, el comercio cierra sus puertos, se suspenden vuelos. Muchas empresas, principalmente las más chicas, empiezan a quebrar. Despidos masivos. El gobierno chino reacciona, con alguna demora, pero logra controlar, con relativo éxito, la pandemia. No nos podemos olvidar que la pandemia empezó en la más grande “fábrica del mundo”, que produce gran parte de lo que el mundo necesita para combatirla. Además de eso, la dictadura del Partido Comunista (que de comunista sólo conserva el nombre) permitió tomar medidas de forma mucho más rápida que en las economías capitalistas con menor intervención estatal.

La pandemia avanza. De Asia a Europa y América. Llega al corazón del sistema capitalista. La historia se repite. Menos producción, menos consumo, empresas cierran, despidos, etc.

Es evidente que, en cualquier sociedad, si no hay producción y distribución de lo que fue producido, la sociedad colapsa. Sin embargo, el mayor problema para la sociedad capitalista no es que muchas personas vayan a morir o no tengan condiciones de comer a fin de mes. La sociedad capitalista ya condena a una gran parte de la humanidad a esa condición. El mayor problema es que el capital no circulará y tampoco se valorizará. El mecanismo “infinito” de producción en masa, consumo en masa, valorización del capital, más producción, más consumo, préstamos, expectativas, acumulación, etc., todo eso, de repente, se paralizó. Mientras la pandemia avanza, el capital se paraliza.

El consumo de muchas mercancías y servicios disminuyó drásticamente. La producción también, pero en menor medida, lo que rápidamente llevará a un enorme problema de acumulación de mercancías. Y peor, en un momento donde hay una drástica disminución del consumo y despidos masivos (lo que afecta aún más la capacidad de consumir). Las expectativas inmediatas de ganancia de los empresarios se hunden. El mercado de expectativas se desplomó, el valor de las empresas, principalmente las más afectadas por la cuarentena, cayó bruscamente. Hay un shock entre la economía de las expectativas (bolsas de valores) y la economía del mundo real. Los capitalistas que tenían su capital invertido en acciones, que aumentaban su “valor” en base a las expectativas de crecimiento, ahora ven su dinero transformándose en humo. El capital empieza a huir de esas empresas. Empiezan las ventas de acciones, las bolsas caen, el pánico domina. Los capitalistas buscan un lugar seguro: el dinero, en particular el dólar, y también, imagínense, el oro. El capital deja de circular y se concentra. ¿Dónde? En las manos de la burguesía, obviamente. ¿Qué sucede entonces? Falta dinero, porque la burguesía acumuló todo en sus manos. ¿Cuál es el problema? “La liquidez”, dicen los economistas. Los Estados entonces son llamados a inyectar billones de dólares en la economía. Necesitan que el capital circule nuevamente. Sin embargo, la perspectiva para la circulación y valorización del capital es, para los próximos meses, sombría. La tendencia es que rápidamente ese dinero se concentre nuevamente en las manos de la propia burguesía. La gran discusión entre los economistas burgueses es ésa. Dónde y cómo poner ese dinero en la economía para que él no deje de circular y pueda valorizarse.

Y además de toda esa catástrofe económica, hay una pandemia que combatir. Sin embargo, aquí surge otro problema. El capital no sirve para combatir pandemias. Él sirve para circular y valorizarse. El combate a la pandemia exige medidas que van en el sentido contrario a la reproducción del capital.

La crisis sanitaria y la crisis capitalista muestran, a los que quieren ver, cuál es el camino a seguir. El camino es la planificación económica, la economía socialista. A los que no les gusta el nombre “socialismo”, pueden elegir otro, el nombre no interesa. Lo que interesa es el contenido.

Cómo combatir la pandemia: ¿Racionalidad o Irracionalidad?

Las medidas de todos los gobiernos del mundo, en este momento, están en dos “frentes”, que se relacionan y chocan: el combate a la pandemia y el combate a la crisis económica.

Las medidas necesarias para combatir la pandemia chocan completamente con la lógica de reproducción del capital, de arriba hacia abajo. Y las medidas para combatir la crisis, también. Es obvio, los remedios deben servir para combatir la enfermedad. Sin embargo, en nuestro caso, la enfermedad es el propio capitalismo.

Antes de entrar en la discusión de las medidas o “remedios” tomados por los gobiernos, es importante aclarar que toda la “prevención” a la enfermedad no existió. ¿Cómo así?

La posibilidad de una pandemia mundial no era algo nuevo o imprevisible. De hecho, en la historia de la humanidad, ya existieron varias. Las más importantes mataron millones de personas, como la peste negra, que mató casi la mitad de la población europea en el siglo XIV (hace unos 700 años). En los últimos años, muchas investigaciones y estudios mostraban la posibilidad de una nueva pandemia mundial. Y no solo los científicos sabían de eso. Esa información estaba accesible a cualquiera que empezara a dar una vuelta por Netflix o YouTube, ya que existen varios documentales sobre el tema.

Entonces, ¿por qué no nos preparamos antes? Porque en la sociedad en que vivimos lo que importa no es la vida de las personas, es la ganancia de la burguesía. Incluso en los países más ricos del mundo o en aquellos donde el Estado aún garantiza algunos derechos básicos, como el derecho a la salud, éso no es una prioridad. No hay inversiones suficientes justamente porque la salud no da ganancias. Y en los países donde la salud fue privatizada para dar ganancias, ella es exclusiva para los que tienen plata para pagar (y muchas veces es de mala calidad). Es obvio que combatir una pandemia es un enorme desafío. Sin embargo, incluso con un “poco” más de esfuerzo, podríamos evitar miles o millones de muertes.

Un ejemplo. En Brasil, el hombre más rico del país (Jorge Paulo Lemann) tiene una riqueza de 104 mil millones de reales. En 2019, el Estado brasileño gastó aproximadamente 102 mil millones de reales con el SUS (Sistema Único de Salud), que atiende a cerca de 150 millones de brasileños. O sea, solamente con la riqueza del hombre más rico de Brasil se podría doblar la inversión en la salud pública. Ello significaría tener más hospitales, más equipos, médicos, enfermeros, etc. De ese forma, el país podría estar mucho mejor preparado para combatir la pandemia. Sin embargo, evidentemente, eso no se hizo. “Los ricos son ricos porque lo merecen”, no importa que millones estén muriendo. “Ellos trabajaron duro”, pudieron acumular enormes fortunas y “tienen el derecho a gastar en lo que les dé la gana”. Ellos pueden tener 10 o 20 casas, aunque solo puedan ocupar una a la vez. Sin embargo… bueno, paciencia. La propiedad privada es sagrada.

Otro caso emblemático es el de Piñera, presidente de Chile y uno de los hombres más ricos del país. Con un tercio de la fortuna de Piñera (900 millones de dólares) se podrían comprar más de 18 mil ventiladores mecánicos (a 50 mil dólares cada uno), 7 veces de los que posee Chile hoy.

Pues bien, entonces, no estábamos preparados para la pandemia. Porque la sociedad capitalista no está preparada para defender a la humanidad, por el contrario, ella es la enfermedad de la humanidad.

No estábamos preparados y la pandemia nos golpeó. Ahora los gobiernos tienen que tomar medidas. La mayoría de ellos no quería tomar ninguna medida, ya que eso significaría “paralizar la economía”. Sin embargo, la pandemia es grave, y fueron obligados a moverse.

Las medidas sanitarias tomadas hasta ahora, aunque sean totalmente insuficientes, van en contra de la lógica del capital. No sólo porque paralizan su circulación, debido a la cuarentena, sino que, principalmente porque esas medidas tienen que ser racionales y articuladas.

Para combatir la pandemia de forma eficaz es necesario coordinar todas las iniciativas sanitarias: la investigación sobre el comportamiento del virus y de la enfermedad, el desarrollo de posibles medicamentos y vacunas, la producción de insumos (tests, ventiladores mecánicos, mascarillas, etc.), la habilitación de hospitales de campaña, la distribución de esos insumos, el cumplimiento de las medidas de cuarentena, el entierro de los muertos, etc. La única institución que podría coordinar esa inmensa tarea es el Estado. El sector privado no tiene ninguna condición de hacer eso, porque está totalmente fragmentado. Su lógica es la de la competencia, del lucro.

Los propios gobiernos capitalistas están siendo obligados a tomar medidas urgentes de centralización, coordinación y planificación, pero esas medidas son totalmente coyunturales, parciales e insuficientes.

Ejemplos. Hace algunos días, Trump, resucitando una ley norteamericana que no era utilizada desde la Guerra de Corea, obligó a que la General Motors de Estados Unidos dejara de fabricar autos y pasara a fabricar ventiladores mecánicos. Exactamente, la General Motors va a fabricar ventiladores mecánicos para los hospitales. Trump perdió la paciencia con la propia burguesía y dijo que a GM estaba “perdiendo tiempo”, ya que la empresa intentaba negociar los precios con el gobierno. Otro ejemplo. La OMS (Organización Mundial de la Salud) viene defendiendo la necesidad de que todas las empresas farmacéuticas y laboratorios que están haciendo investigaciones para desarrollar medicamentos o vacunos en contra del virus pongan sus conocimientos a disposición de todos los investigadores del mundo – o sea, que no impongan patentes sobre los estudios y fármacos.

Esas medidas, totalmente racionales, van en el sentido contrario a la lógica de la sociedad capitalista, que es irracional. La lógica del mercado, como intenté explicar anteriormente, es totalmente irracional e incapaz de solucionar los problemas sociales, aún más durante una pandemia.

Todas las medidas que deberían ser tomadas por los Estados para enfrentar la pandemia van en el mismo sentido: centralizar, coordinar y planificar las iniciativas. Y ese camino, ¿a dónde llevaría? A la estatización del conjunto de la economía, a sacar las empresas de las manos del sector privado y ponerlas bajo el control estatal. Obviamente esto no se hará. Y si lo hacen, será de forma puntual y por un corto periodo de tiempo, hasta que pase la pandemia, dejando detrás un saldo de centenares de miles o millones de muertos.

En relación con la crisis económica, las medidas son similares. La propia lógica de los acontecimientos está llevando a los Estados a centralizar todas las iniciativas económicas – decidir cuáles sectores de la economía siguen funcionando y cuáles no, imprimiendo dinero para inyectar en las empresas y para garantizar que una parte de la mano de obra (seres humanos) no muera de hambre, etc. Los Estados imperialistas (Alemania, Estados Unidos, Japón) tienen mucho más capacidad de tomar esas medidas, ya que controlan la mayor parte de los recursos disponibles en el planeta. Los Estados semicoloniales o de “Tercer Mundo”, como se quiera llamar, no tienen condiciones de tomar esas mismas medidas, a no ser que rompan toda la cadena de explotación económica que los somete a los Estados imperialistas.

Así, las exigencias del combate a la pandemia y a la crisis llevan, por la envergadura de los acontecimientos, a la necesidad de una forma superior de organización de la sociedad. La economía de mercado, basada en la competencia entre diferentes actores privados, está demostrando su completo fracaso. No solamente en el combate al coronavirus, sino principalmente en la mantención de la sociedad humana.

Sin embargo, la economía capitalista no pasará, automáticamente, a su propia superación. Ella evidencia las contradicciones, muestra los caminos y también crea los sujetos que podrán realizar esa inmensa obra. Esto es así porque, al mismo tiempo que toda la lógica de los acontecimientos camina en un sentido, los que detentan el poder político, económico y militar caminan en sentido contrario. De un lado tenemos la gran burguesía, sus políticos, iglesias y todo su arsenal ideológico y militar. Del otro, tenemos los científicos, los/las trabajadores/as de la salud y la inmensa masa trabajadora que hace funcionar, día a día, toda la sociedad. Mientras los de abajo no lleguen a la conclusión de que necesitan destruir a la burguesía y sus Estados y gobernar los países del mundo de otra forma, con base en las necesidades humanas y no en las necesidades del capital, la historia no va a cambiar.

La buena noticia es que la barbarie creada por el sistema capitalista va a generar cada vez más rabia y posiblemente contribuirá para la organización de los que sobrevivan a la catástrofe sanitaria y económica. Esa rabia y organización serán el motor de la destrucción del capitalismo y de la construcción de una sociedad socialista, organizada con base en otros valores y de forma racional.

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