Editorial de la edición n°33 de La Voz de los Trabajadores

En la última edición de La Voz de los Trabajadores, empezamos a publicar algunos artículos especiales para responder a las preguntas: ¿Por qué Chile no cambia? ¿Qué es necesario hacer para cambiarlo? Partimos de un análisis sobre el poder que poseen las 10 familias más ricas del país y algunas transnacionales (mineras, AFPs, bancos), que controlan el conjunto de la economía, beneficiándose de un capitalismo neoliberal exportador de materias primas y productos de bajo valor agregado. En esta edición, queremos seguir con esa serie de artículos, explicando los mecanismos que utilizan esas familias para dominar el Estado (poder político) y el rol de los principales partidos del régimen como “funcionarios” de esas familias. Sin entender eso, es imposible comprender por qué entran y salen gobiernos, de izquierda y de derecha, y nada cambia.

Desde 2006, Chile ha vivido fuertes movilizaciones sociales (con años de flujo y reflujo de la lucha). A partir de la “rebelión pinguina”, fue quedando evidente que el capitalismo chileno estaba entrando en crisis. Los estudiantes fueron los primeros en salir, contra la privatización de la educación. A los estudiantes se sumaron distintos sectores de trabajadores, cansados de los abusos y la falta de derechos (subcontratistas del cobre 2007 en adelante, forestales, portuarios, etc). Varias regiones también fueron palco de rebeliones, como Aysén, Punta Arenas y Freirina. Posteriormente, explotó el movimiento de mujeres, cuestionando el machismo en las escuelas, universidades, ambientes laborales y calles. A eso se sumó el movimiento NO + AFP, con la realización de marchas de más de 1 millón de personas por todo el país. Por su parte, los mapuche fortalecieron su lucha por la recuperación de tierras y por sus derechos nacionales. Si bien algunas de esas luchas conquistaron victorias parciales, el capitalismo salvaje chileno siguió profundizándose en todos los ámbitos de la vida.

Más de una década de luchas sostenidas culminaron en el llamado “estallido social”, una explosión de enormes proporciones, a la cual nosotros caracterizamos como una revolución, debido a sus demandas, a su masividad y a la violencia de las masas. La revolución chilena de 2019 hizo tambalear al régimen político. Para salvar la democracia burguesa y el modelo económico, los partidos del régimen se unieron e hicieron un gran acuerdo nacional, el Acuerdo por la Paz de 15 de noviembre. El Partido Comunista, si bien no lo firmó, salió a reconocerlo, orientando a sus bases a dejar la lucha por la caída de Piñera y priorizar la lucha al interior de la nueva institucionalidad que venía surgiendo, la Convención Constitucional [CC].

En la CC, los partidos dichos “antineoliberales” y también los constituyentes independientes (Lista del Pueblo y Movimientos Sociales), se pusieron a escribir una nueva Constitución junto a los partidos burgueses, como el Partido Socialista, uno de los pilares del capitalismo chileno en las últimas 3 décadas. El resultado de esa Convención fue una nueva Constitución que reconocía algunos derechos sociales en el papel, pero que no tocaba el centro del capitalismo neoliberal: la propiedad privada de los grandes grupos económicos y el Estado burgués. Junto con ello, los partidos “antineoliberales” lograron llegar al gobierno, con el Frente Amplio a la cabeza, seguido por el PS y el PC. Sus primeras medidas demostraron a una gran parte de la clase trabajadora que serían un gobierno más, muy parecido a la antigua Concertación. Así, ni el resultado de la Constituyente ni el gobierno de Boric lograron convencer al pueblo de que la nueva Constitución cambiaría el país. La derecha se aprovechó de ese escenario, apoyándose en los sentimientos más retrógrados de un sector de los trabajadores para hacer una enorme campaña contra la nueva Constitución.

La victoria del “Rechazo” llevó a muchos trabajadores, dirigentes estudiantiles y populares a la desmoralización. Muchos pensaron que todo estaba perdido, que ya no había nada qué hacer. A partir de ello, los partidos del régimen acordaron realizar un nuevo proceso constituyente. El Partido Comunista se integró con todo al nuevo acuerdo. El nuevo proceso constituyente, dirigido mayoritariamente por la derecha, también fue un fracaso. Nuevamente la mayoría de la población rechazó la propuesta constitucional presentada. El régimen, tambaleando, sobrevivió, con su Constitución de 1980, actualizada en democracia.

Al mismo tiempo, el gobierno de Boric demostraba ser un gobierno totalmente proempresarial, como ya preveíamos antes de su victoria. Boric quedará en la historia por haber aprobado uno de los Tratados de Libre comercio más infames de las últimas décadas, el TPP11, que es un verdadero ataque a la soberanía nacional. Además de eso, será el responsable por mantener la entrega del litio a grandes empresarios corruptos, como Ponce Lerou de SQM.

Debido a privilegiar la “gobernabilidad” para los dueños del país, Boric no ha podido resolver ni uno de los grandes problemas sociales. Así, su respuesta a las nuevas y antiguas demandas populares ha sido aumentar la represión y las leyes criminalizadores. A tal punto llegó Boric en adoptar el programa “de la derecha” que hoy los partidos de derecha tienen gran dificultad en diferenciarse del gobierno. Los grandes empresarios y sus partidos aprendieron, con la revolución, que tienen que fortalecer el aparato represor para enfrentarse a un nuevo ascenso de masas que sin dudas vendrá, tarde o temprano.

Nueva situación, viejos problemas

Los problemas sociales que dieron origen al “estallido social” siguen vigentes y algunos, después de la pandemia, se han profundizado. Esto ha generado, en los últimos meses, distintas luchas sociales: obreros de Huachipato, portuarios de distintas regiones, estudiantes secundarios, profesores de Antofagasta, funcionarias y funcionarios de la salud, etc. El genocidio palestino también ha despertado una importante movilización entre la juventud. Volvemos a una dinámica parecida a la anterior a 2019, donde las grietas del capitalismo chileno vuelven a expresarse.

Debido a los ataques del gobierno de Boric y al fortalecimiento de la derecha, muchos compañeros y compañeras creen que estamos en una situación reaccionaria o en una “ola conservadora”. Nosotros no creemos que eso sea correcto. Hoy existen luchas en distintos frentes debido a las condiciones reales de vida de la población. Muchos activistas que estaban desmoralizados después de la victoria del “Rechazo” vuelven a retomar la delantera en la lucha y otros nuevos activistas van surgiendo. Por otro lado, si bien el gobierno ha aprobado medidas más duras contra los movimientos sociales, ellas todavía no se han materializado en una persecución sistemática en contra de los que luchan, con la excepción de los dirigentes mapuche autonomistas, como Héctor Llaitul. El gobierno de Boric mezcla la represión con los intentos de cooptación (mesas de negociación, promesas, cooptación de dirigentes sociales a puestos gubernamentales, etc.).

Hoy estamos en una nueva situación. La revolución de 2019 fue desviada, pero el régimen político solo ha logrado una relativa estabilidad, incorporando al Frente Amplio y el Partido Comunista a la dirección del Estado, para que ellos ayuden a la burguesía a controlar los movimientos de masas. Sin embargo, vuelven a aparecer las luchas sociales, debido a los problemas que siguen vigentes. Surgen nuevos partidos de izquierda: Partido Popular, Partido Solidaridad para Chile y otros. Sin embargo, ninguno de ellos hace un balance profundo sobre la revolución chilena y tiende a seguir los mismos pasos del Partido Comunista y del Frente Amplio, buscando conquistar reformas dentro de la democracia burguesa chilena, cada vez más restrictiva debido al peso de los grandes monopolios capitalistas. Algunos partidos que se presentan como revolucionarios van tomando cada vez más el camino de la disputa institucional como su centro, como el Partido Revolucionario de Trabajadores (PTR).

Desde el MIT apuntamos en otro camino. Estamos convencidos que más temprano que tarde volverán a aparecer movilizaciones de masas y que los revolucionarios debemos prepararnos para ello. Lo que nos han enseñado las últimas 2 décadas de lucha es que es imposible conquistar cambios sociales profundos en este régimen político y haciendo acuerdos con el gran empresariado y sus partidos. Nuestra tarea es construir un movimiento independiente de la clase trabajadora, desde los lugares de trabajo y partiendo de los intereses inmediatos de cada sector, pero con el objetivo de unificar todas las luchas en un programa de transformación social. Ese programa debe tomar las demandas históricas del movimiento social chileno, como el fin a las AFPs, la educación y salud públicas y gratuitas, el derecho a la vivienda digna, la devolución de las tierras mapuche, el fin al subcontrato, etc., conectándolo con la lucha por la recuperación de todas las riquezas del país, con la nacionalización del cobre, litio y la estatización de las tierras y grandes empresas portuarias, siderúrgicas, etc., todo bajo control de los trabajadores.

La lucha por esa transformación social solo puede darse a partir de las organizaciones de la clase trabajadora y el pueblo, con el objetivo de hacer una revolución social que destruya este régimen político y el Estado burgués, poniendo el poder en manos de la clase trabajadora organizada. Para ello, es necesario desde ya sacudir a las organizaciones obreras y populares de sus direcciones tradicionales y burocráticas. Debemos hacer una verdadera revolución en los sindicatos, para que estos dejen de ser brazos de las empresas y pasen a discutir los intereses inmediatos e históricos de la clase trabajadora, con democracia y movilización, tomando como ejemplo la CUT de Clotario Blest de 1953 y la larga experiencia de Recabarren en el movimiento sindical. La fragmentación sindical es otro gran problema, tanto para la lucha inmediata como para la lucha a largo plazo, ya que debilita nuestra clase. También entre los estudiantes y pobladores debemos buscar unificar las luchas, encontrando puntos en común que puedan movilizar. La experiencia de las Asambleas territoriales surgidas durante la revolución y también de la articulación de sindicatos y organizaciones populares a través de espacios como la Mesa de Unidad Social (que en ese momento era dirigida por una dirección traidora) nos debe servir de guía para las próximas luchas.

Para llevar ese programa a los sindicatos, juntas de vecinos y organizaciones sociales, debemos construir un partido revolucionario de la clase trabajadora, que supere a las direcciones reformistas tradicionales y las nuevas, como el Partido Comunista, el Frente Amplio y sus nuevas caricaturas. Sin la existencia de ese partido, veremos cómo nuevos estallidos sociales terminarán al igual que el de 2019, sin grandes cambios, con direcciones traidoras y proempresariales.

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