por Daniela Delgado, profesora de educación diferencial y Cristóbal Badilla, profesor de historia

Recién iniciado el año escolar en 2025 conocimos el caso de Elena Cano, profesora de matemáticas que fue golpeada por un estudiante con un palo de escoba en su cabeza y que la dejó en estado de gravedad.
Una semana después, vemos por las redes sociales como una estudiante con TEA es golpeada brutalmente por una compañera, a vista y paciencia de otras estudiantes y una docente.
Parecen casos aislados, pero no lo son. En todos y cada uno de los establecimientos educacionales, sean municipales o particulares subvencionados, salas cunas, jardines, colegios y liceos, los estudiantes y trabajadores de la educación se exponen a diario a la violencia que genera este sistema educativo. Lo único aislado son aquellos casos que se hacen virales o que consiguen un par de minutos en los noticieros. Pero la violencia es cotidiana y estructural, alimentada por un sistema educativo que reproduce la desigualdad social y abandona a estudiantes y trabajadores por igual.
Hace décadas que la educación en Chile está en crisis y desde el 2001 – 2019 los estudiantes han salido a protestar a la calle, han levantado tomas, se han organizado para exigir el fin al lucro, el fin de la municipalización y la vuelta al ministerio de educación de todas las escuelas y jardines. Pero solo han obtenido promesas y leyes que han mantenido el negocio de las corporaciones municipales y los sostenedores.
Hemos visto que ni los Slep, que prometían terminar con la municipalización para administrar “mejor” los recursos, ni el gobierno de los otrora dirigentes estudiantiles y propulsores del “fin al lucro en educación” (Boric, Vallejo, Cariola), ni la tan aclamada Ley de La nueva educación pública de Bachelet, han terminado con la crisis del modelo educativo chileno. Otra muestra de ello son los SLEP de Atacama y Magallanes que han quedado al descubierto por su incapacidad para cubrir las añosas deudas que ha dejado el desfalco municipal y que tiene a los estudiantes, apoderados y trabajadores de la educación de la región de Magallanes movilizados y en paro.
Es en esos centros educativos donde los hijos e hijas de la clase trabajadora estudian y hacen grandes esfuerzos por aprender, lidiando con falta de insumos, con el hacinamiento en las salas de clase, en condiciones arquitectónicas deficientes e incluso indignas.
No quedan fuera de esta triste historia, las y los estudiantes que presentan necesidades educativas especiales y sus familias, quienes deben apañárselas como pueden, sin los profesionales de apoyo, en salas de clases con 40 y 45 compañeros más, obligados a avanzar con el poco y nada material concreto, tecnológico o humano que tenga el colegio. Soportando la burla y la violencia de su entorno, resistiendo la verdadera cara del capitalismo, la de la falta de empatía, la de la desidia, la de la deshumanización.
No fue el gobierno Bachelet, el de Piñera, ni el del Frente Amplio y el partido comunista, ni será ningún gobierno que venga de esos mismos partidos, los que cambien las condiciones educativas de los niños, niñas y adolescentes que viven en este país. Eso ya quedó demostrado. Necesitamos con urgencia organizarnos, trabajadores de la educación, estudiantes y toda la clase trabajadora para defender la educación pública, porque es ahí en donde está el futuro de una sociedad nueva.
¿Por qué nuestros niños y niñas no pueden tener canchas, gimnasios y auditorios como los privilegiados niños del Nido de águilas? ¿Por qué los hijos/as de la clase trabajadora no podrían aprender idiomas, artes y ciencias en salas iluminadas, calentitas en invierno y frescas en verano?
No basta con los llamados a “jornadas de reflexión” y “movilización en los territorios” que hace la dirección del Colegio de Profesores, que han demostrado tener poco o nulo impacto real en los cambios que necesitamos. Frente a una crisis estructural del sistema educativo chileno, lo que se requiere es una respuesta colectiva, que ponga en el centro las necesidades de estudiantes, docentes, trabajadores de la educación y, en general, de toda la clase trabajadora. Tenemos que recuperar el Colegio de Profesores para que sean las bases, organizadas democráticamente, quienes definan el camino para fortalecer la lucha por la educación pública.
Es urgente organizarse y movilizarse, como lo han demostrado en múltiples ocasiones los y las docentes de Santiago Centro, Antofagasta, Magallanes y muchas otras comunas que han paralizado, se han tomado escuelas o han salido a la calle para denunciar las condiciones inaceptables en que se desarrolla el proceso educativo. Debemos recuperar los recursos que hoy son saqueados por las diez grandes familias dueñas del capital en Chile, y por las grandes transnacionales que controlan el cobre, el litio, el agua y nuestros fondos de pensiones a través de las AFP. Todos esos recursos podrían destinarse a construir nuevos establecimientos, contratar profesionales de apoyo, garantizar inclusión real y dignificar la labor docente. La pregunta no es si hay recursos, sino quién los tiene y para qué los usa.
Hoy el Estado ha sido parte del problema. Ha mercantilizado la educación, la ha entregado a sostenedores privados y a burócratas mediante los SLEP. Por eso, la toma de decisiones no puede seguir siendo vertical ni ajena a quienes viven el día a día en los colegios. Los Consejos de Profesores, Centros de Estudiantes y Centros de Apoderados deben transformarse en instancias reales de poder, capaces de definir proyectos educativos, administrar recursos y garantizar condiciones dignas de enseñanza y aprendizaje.
No queremos solo una educación pública y gratuita, queremos una educación al servicio del pueblo trabajador. Una educación que no reproduzca la desigualdad, que no normalice la violencia, y que no excluya a quienes más necesitan apoyo. Pero para eso no basta con exigir al Estado actual que garantice lo que ha sido incapaz de entregar. Tenemos que disputar ese Estado, hacemos un llamado a organizarnos en cada sindicato, colegio y territorio, a levantar un proyecto político distinto, uno que lucha por una sociedad alternativa al capitalismo, donde el acceso al conocimiento, la solidaridad y la dignidad están por sobre el lucro, la competencia y la explotación de una clase por sobre la otra.

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