El debate sobre la forma de organización siempre fue, y continua siendo, un punto central en la historia de la izquierda. A pesar de que muchos dicen que el capitalismo cambió y que, consecuentemente, exige nuevas formas de organización, es siempre importante rescatar la antigua discusión, incluso para entender cuán nuevas son las formas propuestas actualmente.

Por Ana Godoi


 

Mucho se ha dicho acerca del modelo leninista de partido. Que conduce necesariamente a la burocratización, que es un modelo superado y que por eso es necesaria una organización realmente democrática, sin jerarquizaciones, en la que el consenso prevalezca, pues solo así se podría evitar que una “casta de iluminados”, llamada vanguardia, asuma para sí la lucha del pueblo. Sin embargo, es preciso detallar en qué consisten los elementos mencionados. Para ello, vamos a restringirnos a la estructuración de nuestra sociedad, una vez que este es un elemento fundamental para nuestro debate.

Si el capitalismo cambió, si en el siglo XIX la organización social era otra, diferente de la de los pasados siglos XIX y XX, como afirman muchos, entonces necesitamos encontrar los elementos fundamentales que demuestren ese cambio. El ser humano siempre se organizó con el objetivo de garantizar su existencia y las varias formas de sociedad son un reflejo de esa necesidad. Con el capitalismo no es diferente. Si miramos bien la forma como los individuos se relacionan por su supervivencia nos daremos cuenta de que las personas todavía están divididas entre las que reciben un salario, las que pagan el salario, las que viven de su pequeño comercio y aquellas, cuya supervivencia no está garantizada de ninguna manera, que  están excluidas completamente de la sociedad. Además, percibimos cuanto las grandes industrias lucran con la apropiación privada de las riquezas producidas socialmente y que son la base del sustento del mercado financiero. El lugar que los individuos ocupan en el interior de la sociedad determina las clases sociales. A pesar de saber que las clases sociales no son homogéneas y comportan dentro de sí varios matices y estratificaciones, eso no cambia su ubicación general en la sociedad. Si contemporáneamente esas estratificaciones ganaron características específicas, eso no impide que los individuos dejen de ser personas que reciben o pagan salarios. Siendo así, ¿no tendríamos la sociedad organizada entre trabajadores, quienes reciben el salario, y burgueses, quienes lo pagan, de la misma manera que en los siglos XIX y XX? ¿No le daríamos importancia a la producción y no sería ese el motivo de la transformación de los individuos en meras mercancías a disposición del mercado? Finalmente, ¿no sería esa la causa de la miseria en que vive la gran mayoría de la población, en relación a un grupo reducido de detentores de la riqueza?

Para cambiar la sociedad actual es necesario cambiar su forma de organización, en todas las esferas, tanto económica como política y cultural. Para eso es imprescindible una revolución. Aquellos que se proponen debatir sobre una nueva forma de organización política no vislumbran en su horizonte la radicalidad de tal transformación, creyendo que un diálogo que abarque la pluralidad es el camino para el cambio. Entonces les preguntamos: ¿cómo es posible que haya una democracia radical, amplia, si nuestra sociedad está organizada a partir de diferencias fundamentales, en clases bien delimitadas, que imponen intereses tan antagónicos? ¿O serían iguales los intereses de quienes que reciben un salario y de quienes lo pagan? Está claro que esos intereses son diametralmente opuestos, al final un burgués se interesa muy poco por la calidad del transporte colectivo, porque esa es una realidad muy distante de la suya. Solo es posible asumir el poder transformador de la democracia si se acepta la inexistencia o se flexibiliza la noción de clase socialmente existente. Sin embargo, las propias relaciones sociales nos dicen lo mucho que nuestra sociedad está marcada por esas diferencias. El capitalismo solo es capitalismo porque existe una apropiación desigual de la riqueza producida por una parte de la sociedad.

Es posible conquistar derechos, pero tal conquista choca inexorablemente con límites que son intraspasables para nuestra propia forma de organización social. Si existe una clase que se beneficia directamente con las riquezas producidas, ¿cómo tocar sus intereses si esa misma clase es la que domina política y culturalmente nuestra sociedad? La vía electoral, justamente por eso, no es capaz de operar ese cambio, aunque sea de fundamental importancia la presencia de parlamentares que representen a la clase trabajadora.

Una organización política tiene que reflejar todas esas relaciones. Una forma de organización solo es adecuada si realmente refleja las demandas del proyecto que se propone. Cualquier organización que pretenda transformar la realidad, que pretenda hacer transformaciones profundas en las relaciones sociales, tiene que ser una organización de trabajadores, y aquí no fetichizamos a la clase, pues ella es la clave para la transformación. Son los trabajadores quienes producen las riquezas que son propiedad de los detentores de los medios de producción. Son ellos los que garantizan la existencia del burgués como tal. Si ese grupo se rebela contra esa forma de sociabilidad, la desmorona. Para organizar a los trabajadores y ponerse a su servicio, la organización tiene que reflejar las necesidades de la clase.

Como en cualquier combate, las decisiones para la acción tienen que ser tomadas considerando la trayectoria final, siempre en consonancia con los intereses de un lado de la batalla. Algunas decisiones no son tomadas por simple capricho o deseo. Cuando se habla de la necesidad de unidad de acción, eso refleja exactamente el embate que se está trabando. Y son estos los elementos que el modelo leninista intenta destacar. El centralismo democrático, tan mal visto en la actualidad debido a los años de burocratización promovidos por el estalinismo, es una exigencia de lucha para enfrentar al enemigo. Si no somos uno en la lucha, abrimos espacios para que seamos derrotados, si no discutimos internamente, si no reflexionamos sobre las innúmeras posibilidades y escogemos una, por votación, como los trabajadores en sus asambleas, también seremos vencidos.

Los trabajadores en sus luchas particulares, en sus categorías específicas, en sus locales de trabajo, implementan métodos que se prueban eficaces en la lucha contra los patrones. Tienen el espacio del sindicato para discutir, deliberar y elegir una política para aplicar rumbo a la mejoría de las condiciones de vida. En una asamblea se vota la política que la dirección va a implementar y gana la que tenga mayoría de votos, siendo acatada por todos, pues el espacio de la asamblea es soberano. O sea, no hay problema en perder en el día a día de la lucha una discusión o una posición, porque lo importante es actuar. Y son esas prácticas las que inspiran el modelo leninista de organización. Pero con una gran diferencia. No se quiere apenas mejorías salariales o en las condiciones cotidianas de trabajo, se quiere unificar a todos los trabajadores y a todas las trabajadoras para una transformación radical de la sociedad, más allá de sus demandas más inmediatas.

Por eso decimos que una forma de organización política no se presenta como la mejor según el gusto del cliente, sino por las necesidades colocadas en función de la acción. Lo que vemos en partidos como el PSOL en Brasil y el Syriza en Grecia son viejas fórmulas repaginadas que intentan decirnos que la forma de transformación no se encuentra en la radicalidad de la lucha, ni en el desmantelamiento del status quo de las relaciones sociales, sino en la lapidación de las aristas presentes en el interior de esa sociabilidad y en la humanización de esa misma forma societaria. Lo que afirmamos es: no es posible humanizar el capitalismo, solo es posible destruirlo. Y la organización leninista es el mejor camino para lograrlo.

Los trabajadores solo serán libres, solo tendrán una vida digna si nuestra forma de organización social cambia. Por eso, una organización política de los trabajadores tiene que tener en su ADN la certeza de la revolución, porque las reformas dentro del Estado, de la manera como existen en la sociedad capitalista, no transforman profundamente la situación. Parafraseando al viejo Marx, la mejor forma de organización política es aquella en que los antagonismos sociales no son aprisionados a la fuerza, o sea, artificialmente. La mejor forma de organización política es aquella que los lleve a la lucha abierta y, con ello, a la resolución.

Traducción: Janys

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